1
A orillas del Paraná
bajo un frondoso espinillo,
hay
un ranchito sencillo
que
siempre en silencio está;
ninguno a ocuparlo va,
pues
dice la gente buena
que
de noche un alma en pena
viene
a esa choza vacía
donde
en un tiempo vivía
Juan de los Santos Arena.
2
Dicen que al llegar las doce,
cuando las islas dormitan,
entre
los ramajes gritan,
aves que nadie conoce;
cuando
las flores con goce,
se
bañan de luna llena,
surge
del juncal serena
sobre
un oscuro fogoso
la
visión del gaucho hermoso
Juan
de los Santos Arena.
3
Sigue
al borde la barranca
meditabundo y sombrío,
mientras
las ondas del río
juegan
con la espuma blanca;
su
frente pálida y franca
tiene
el velo de una pena;
con timbres extraños suena
su
prendaje de oro y plata;
y
en las aguas se retrata
Juan de los Santos Arena.
4
Pero al dar vuelta el sendero
aparece
ante sus ojos
aquella
ruina…¡despojos!
de
otro tiempo lisonjero
lanza
un suspiro ligero
su
brioso oscuro sofrena,
quita
el sombrero con pena
de su frente soñadora
y ocultando el rostro llora,
Juan
de los Santos Arena.
5
Echa pié a tierra enseguida
con
un afán que desgarra
y descuelga la guitarra
a
su espalda suspendida;
con
vibración conmovida
ésta
en sus manos resuena,
porque el mal que lo envenena
le causa un dolor tan vivo
que
en ella ve un lenitivo
Juan de los Santos Arena.
6
De
pronto y sin pausa alguna
brota un concierto de notas
que
a soledades ignotas
van
vibrando una por una;
luego
se nubla la luna
como
empañando la escena,
y con voz de luna, llena
de
melodías la noche,
canta
ese amargo reproche
Juan de los Santos Arena.
7
“Rancho humilde
en que anidé
mis esperanzas tranquilo
tú me brindaste
un asilo
yo con sangre te
manché.
Pero no ignoras
que fue
muy grande y
honda mi pena
que tan horrible
condena,
quién sabe si
merecía,
con esta eterna
agonía
Juan
de los Santos Arena.
8
“Siento en mi pecho un vacío
al
verte tan diferente;
ayer florido y
luciente,
hoy
derrumbado y sombrío
también mi vida
en su estío
estuvo de
encanto llena,
y hoy una oculta gangrena
sin embargo me devora;
ayer cantaba y
hoy llora,
Juan de los
Santos Arena".
9
Más no bien el instrumento
lanza el último sonido
sale
del rancho un quejido,
hasta
trocarse en lamento;
dicen
entonces que el viento
su
furia desencadena,
que de pronto llueve y truena
y
salpica la resaca
hasta
donde se destaca
Juan de los Santos Arena.
10
Los yaguaretés también
entonces
braman rabiosos,
y los yacarés ansiosos
salir
del agua se ven;
lo
que fue calma recién
la
tempestad desordena;
mientras con el alma llena
de un dolor indefinido
queda de todo abstraído
Juan de los Santos Arena.
11
Hasta que al fin del letargo
parece sacarlo al día,
que distante todavía
se vislumbra sin embargo;
entonces al trote largo
suelta al viento la melena
aterrado por la escena
y como huyendo a sus males
se pierde entre los juncales
Juan de los Santos Arena.
12
Es esta la tradición
de estos sitios entrerrianos
que
comentan los paisanos
llenos
de superstición.
Y
cuando las doce son
cualesquier
rumor que suena
en esas islas los llena
de
un miedo desconocido,
y
se dicen al oído
¡Juan de los Santos Arena!
Versos
de JULIÁN
de CHARRAS
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