Anque
la ausencia me lleve
derecho
a la sepultura,
has
de encontrar que no muere
quien
bien ama con finura:
y
ansí verás que a tu acento
renace
otra vez la vida,
volviéndose
puro fuego
mis
despojos y cenizas;
¡porque
también tiene el Negro
dentro
el cuerpo un alma activa!
¡En
vano fatal destino
me
persigue sin cansarse!
Luchando
contra mí mismo,
tirana,
con fe de amarte:
juera
más fácil que el cielo
se
juntara con la tierra,
que
estinguirse intenso el fuego,
que
a mi triste pecho incendia…
¡no
es posible, anque, de celos,
el
mismo amor no lo quiera!
¡Sabe,
ingrata, que el amigo
que
más quise, fue mi Moro,
en
paz o en guerra mi alivio:
pues
más que a ese fiel te adoro!
y
si al cruzar por el llano,
recordándote…
suspiro
bañado
mi rostro en llanto,
el
Moro arroja un quejido,
porque
comprende que te amo
más
que a él, mi tierno amigo.
Yo
en mi martirio me gozo
ocultándome
en la selva,
porque
es mi dicha tan solo
entregarme
a la tristeza;
y
ansí verás que la vida
se
aumenta por cada pena,
y
que, muerto, el alma activa
te
adora con doble fuerza,
pues
este amor que me anima
es
la ley de mi existencia.
Versos
de Francisco
F. Fernández
(1842 – 1922)
Nota: Particularísimas
décimas,
correspondientes
a la escena 3
del
Acto I, del drama teatral “Solané”,
escrito
en 1872.