viernes, 20 de marzo de 2020

CANTO CON HOMBRE SERRANO


Quizá le basten sus perros
y su caballo, no más,
cuando transita la paz
campesina de los cerros.

Por eso, al andar la tierra,
parece dudar del suelo
que pisa; porque su cielo
se le ha quedado en la sierra.

Hombre que monta sin prisa
y se va -jinete al tranco-
luciendo de un mismo blanco
el pañuelo y la sonrisa.

Le nace un aire paisano
que se le entibia en la voz
cada vez que nombra a Dios,
con el sombrero en la mano.

Cuando volviendo a los cerros
la noche a poco lo alcanza,
lo sigue siempre la mansa
fidelidad de los perros.

Y van el hombre y su suerte
librados a las estrellas
porque -al fin- todas la huellas
son de la vida y la muerte.

Versos de Horacio Peroncini

jueves, 19 de marzo de 2020

EL TRABUCO


Abre su boca bronceada
en que se herrumbra la historia,
como un bostezo de gloria
de la epopeya pasada.
Él incendió en la emboscada
la subitánea sorpresa,
y al volcar en la maleza
su rojo embudo inaudito
llenó el monte con su grito
y se gestó la proeza.
  
Bajo el poncho se escondía
taimado su torvo bronce
y su gatillo era el gonce
guardián de la valentía.
Como un cachorro gruñía
en la disputa eventual,
y si el osado rival
pasaba a las vías del hecho,
recibía en pleno pecho
su dentellada infernal.

 Él golpeó en los mostradores
su mandato perentorio
cuando prendía el holgorio
su chispa en los bebedores.
Sus aciagos resplandores
fueron flámulas de guerra,
y en los bailes y en la hierra
y en la asidua pulpería
subrayó la bizarría
de los gauchos de la tierra.

 Viejo trabuco irascible
como un perro rezongón
que yaces en un rincón
tirado por inservible.
En esta edad apacible
ya no gruñes ni haces nada,
y tu roja lumbrarada
que encandiló la extensión,
hoy es humo de un fogón
que se extingue en la ramada.
  
Ronco trabuco baldado
ya sin gatillo y vencido,
que te enmoheces de olvido
como un volcán apagado.
Desde el fondo del pasado
evoco la montonera,
la patrulla y la carrera
y la taba al aire libre,
donde triunfaba el calibre
de tu entraña naranjera.


Versos de Daniel Elías

martes, 17 de marzo de 2020

EL CHINGOLO

Cuando el campo está más solo
y la casa, en paz, abierta,
aparece por la puerta,
muy si señor, el chingolo.

Viene en busca de una miga
o una paja de la escoba,
que, ciertamente, no roba,
porque la gente es su amiga.

Salta, confiado, al umbral,
y solicita permiso,
con un gritito conciso
como pizca de cristal.

El sol, con larga escobada,
lo desfloca en áureo estambre,
y en un transparente alambre
trueca su pata delgada.

Otro salto, y ya está adentro.
Y en el haz de sol avanza
pues no excluye su confianza
la idea de un mal encuentro.

Su ropita pastoril
a agracia un lindo copete.
(Si el cardenal es cadete,
él es conscripto gentil.)

Copa gris con caperuza;
camisa y corbata blancas;
chaleco café que en francas
negligencias se descruza.

Aunque trasluce su forro,
bien le sienta aquel modelo,
y un vivo de terciopelo
de orilla de negro el gorro.

Pálida espina de sol
pule su pico de cuerno,
y le brilla, ufano y tierno,
el ojillo de charol.

En la ladera de cuarzo
del camino que se ahonda,
bajo una mata redonda
anida de agosto a marzo.

Su cesto de cerda y paja
coloca al lado del Norte,
a fin de que así soporte
viento y lluvia con ventaja.

Y despintando el gandul
con artificios sencillos,
pone sus tres huevecillos
crispidos en fondo azul.

En la honda siesta de llama,
o en el crepúsculo frío,
su Curí… curí qui quío…
alegra la áspera rama.

Y todavía a deshora,
cuando las noches son bellas,
al amor de las estrellas
sueña cantando la aurora.


Versos de Leopoldo Lugones