jueves, 19 de marzo de 2020

EL TRABUCO


Abre su boca bronceada
en que se herrumbra la historia,
como un bostezo de gloria
de la epopeya pasada.
Él incendió en la emboscada
la subitánea sorpresa,
y al volcar en la maleza
su rojo embudo inaudito
llenó el monte con su grito
y se gestó la proeza.
  
Bajo el poncho se escondía
taimado su torvo bronce
y su gatillo era el gonce
guardián de la valentía.
Como un cachorro gruñía
en la disputa eventual,
y si el osado rival
pasaba a las vías del hecho,
recibía en pleno pecho
su dentellada infernal.

 Él golpeó en los mostradores
su mandato perentorio
cuando prendía el holgorio
su chispa en los bebedores.
Sus aciagos resplandores
fueron flámulas de guerra,
y en los bailes y en la hierra
y en la asidua pulpería
subrayó la bizarría
de los gauchos de la tierra.

 Viejo trabuco irascible
como un perro rezongón
que yaces en un rincón
tirado por inservible.
En esta edad apacible
ya no gruñes ni haces nada,
y tu roja lumbrarada
que encandiló la extensión,
hoy es humo de un fogón
que se extingue en la ramada.
  
Ronco trabuco baldado
ya sin gatillo y vencido,
que te enmoheces de olvido
como un volcán apagado.
Desde el fondo del pasado
evoco la montonera,
la patrulla y la carrera
y la taba al aire libre,
donde triunfaba el calibre
de tu entraña naranjera.


Versos de Daniel Elías

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