domingo, 16 de agosto de 2020

ROMANCE CON LA RIOJA A CABALLO

 De norte a sur te recorro,

tierra roja de los llanos,

en un galope sin tregua

como un jinete de antaño.

El polvo me está siguiendo

con temblor alborotado

y es una seca neblina

que se hace barro en mis labios.

 

Al tacatán del galope,

los cerros me van cercando

como antiguos montoneros

de las patriadas del Chacho.

Legendario centinela

que está de guardia en los llanos,

un algarrobo vigila

la soledad de los páramos.

Y yo galopo, galopo,

como jinete de antaño.

 

Ahora, junto a las sierras,

en repentino milagro,

verde se ha vuelto la tierra

sobre el rojo calcinado,

y es fiesta el mistol, la tusca,

el olivo y el naranjo,

un horizonte de viñas

y hasta un arroyo cantando.

 

¡Ah! Rioja de soledad,

la del rojo empecinado:

¿por qué le niegas a algunos

lo que a otra gente das tanto?

 

Pero galopo, galopo

por predios crucificados

con el frío de tus sierras

y la fragua de tus llanos.

 

Hago pausa en una zamba

que está en un rancho mentando

penas de guitarra y caja

en un tiempo demorado.

Junto a la higuera del patio

hay dos pañuelos danzando

entre dos rostros oscuros

y finos labios plegados.

 

El domingo es un latido

de dolientes campanarios,

de viejas que tejen ponchos

y acarician el rosario.

Las mozas van por la plaza

con su risa alborotando

la quietud de unas mañanas

que dejan solo los campos.

 

Y yo galopo, galopo,

tierra roja de los llanos,

uniendo pueblos dormidos

bajo el polvo de los años.

 

Como fantasmas me siguen

las montoneras del Chacho.

 

Versos de Ernesto Catany

viernes, 7 de agosto de 2020

EL CABALLO DEL GAUCHO

                             Mi caballo era mi vida,

                          mi bien, mi único tesoro.

                                        Juan María Gutiérrez

 

Mi caballo era ligero

como la luz del lucero

que corre al amanecer;

cuando al galope partía

al instante se veía

en los espacios perder.

 

Sus ojos eran estrellas

sus patas unas centellas,

que daban chispas y luz;

cuanto lejos divisaba

en su carrera alcanzaba,

fuese tigre o avestruz.

 

Cuando tendía mi brazo

para revolear el lazo

sobre algún toro feroz,

si el toro nos embestía,

al fiero animal tendía

de una pechada veloz.

 

En la guardia de frontera

paraba oreja agorera

del indio al sordo tropel,

y con relincho sonoro

daba el alerta mi moro

como centinela fiel.

 

En medio de la pelea,

donde el coraje campea,

se lanzaba con ardor;

y su estridente bufido

cual del clarín el sonido

daba al jinete valor.

 

A mi lado ha envejecido,

y hoy está cual yo rendido

por la fatiga y la edad;

pero es mi sombra en verano,

y mi brújula en el llano,

mi amigo en la soledad.

 

Ya nos vamos de carrera

por la extendida pradera,

pues somos viejos los dos.

¡Oh mi moro, el cielo quiera

acabemos la carrera

muriendo juntos los dos!

                                         (Ca, 1938)

Versos de Bartolomé Mitre