No
puede ser que me vaya
del
todo, cuando me muera;
que
no quede ni la espera
detrás
de la voz que calla.
No
puede ser que solo haya
ciclos
de sombra y olvido
en
este amor desmedido
que
se me yergue en el pecho.
¡Si
hasta en el trino deshecho
se
salva el duelo el nido!
Se
abolirán algún día
los
límites de mis huesos.
Me
haré nudo de regreso
y
rizomas de agonía.
Seré
triste geometría
de
materias en derrotas:
labios
de sal, sangre rota,
manos
cayendo y pasando…
Pero
he de seguir mirando
desde
el umbral de una gota.
Si
en las albricias del vino
resuena
el lagar, si queda
recuperada
en la rueda
la
infinitud del camino,
si
el humo siembra el destino
de
la fogata en el viento,
renacerá
el fundamento
de
este temblor descuajado
y
en todo lo que he cantado
tendré
pedazos de aliento.
Que
si una copla adelanta
la
anunciación del prodigio
se
me llenan de prestigio
los
ojos y la garganta.
Es
tanto el amor y tanta
la
luz que me corrobora
que
una insistencia sonora
junta
mi pulso caído
y
hace que pierda el sentido
la
muerte que me devora.
Pongo
mi infancia en canciones
y
siento que se ilumina
una
siesta golondrina
toda
duraznos pintones.
Celebro
las estaciones,
lloro
su fugacidad,
y
al anegar de piedad
la
mortaja de su gloria
me
crecen en la memoria
remansos
de eternidad.
Cuando no esté, cuando el leve
sobresalto
que me ordena
se
trueque en tiempo de arena
conmemorando
en la nieve;
cuando
en mis venas se abre
la
liturgia de la flor
tal
vez algún labrador
cansado
de madrugadas,
sienta
en sus manos aradas
la
mano de mi rumor.
Versos de Guillermo Etchebehere