lunes, 14 de diciembre de 2020

LA MANO DE MI RUMOR

No puede ser que me vaya

del todo, cuando me muera;

que no quede ni la espera

detrás de la voz que calla.

No puede ser que solo haya

ciclos de sombra y olvido

en este amor desmedido

que se me yergue en el pecho.

¡Si hasta en el trino deshecho

se salva el duelo el nido!

 

Se abolirán algún día

los límites de mis huesos.

Me haré nudo de regreso

y rizomas de agonía.

Seré triste geometría

de materias en derrotas:

labios de sal, sangre rota,

manos cayendo y pasando…

Pero he de seguir mirando

desde el umbral de una gota.

 

Si en las albricias del vino

resuena el lagar, si queda

recuperada en la rueda

la infinitud del camino,

si el humo siembra el destino

de la fogata en el viento,

renacerá el fundamento

de este temblor descuajado

y en todo lo que he cantado

tendré pedazos de aliento.

 

Que si una copla adelanta

la anunciación del prodigio

se me llenan de prestigio

los ojos y la garganta.

Es tanto el amor y tanta

la luz que me corrobora

que una insistencia sonora

junta mi pulso caído

y hace que pierda el sentido

la muerte que me devora.

 

Pongo mi infancia en canciones

y siento que se ilumina

una siesta golondrina

toda duraznos pintones.

Celebro las estaciones,

lloro su fugacidad,

y al anegar de piedad

la mortaja de su gloria

me crecen en la memoria

remansos de eternidad.

 

Cuando no esté, cuando el leve

sobresalto que me ordena

se trueque en tiempo de arena

conmemorando en la nieve;

cuando en mis venas se abre

la liturgia de la flor

tal vez algún labrador

cansado de madrugadas,

sienta en sus manos aradas

la mano de mi rumor.

 Versos de Guillermo Etchebehere