Las
sombras danzan, ebrias, tras lo velones,
y
se achican y agrandan como borrones,
sobre
el pecho desnudo de algún mulato…
Trajinar
de sedientas manos obscenas.
Cuelga
pringue en la grasa de las melenas
y
en las bocas un tufo de alcohol barato…
Un
sargento -de rojo- se despatarra
sobre
un banco de pino. Con la guitarra
ensaya
-cachaciento- “La Refalosa”,
y
una pardita joven, se alza la bata,
se
arregla la pollera, rosa escarlata,
y
se acerca al sargento, ceremoniosa…
Él,
la mira con ojos de tigre en celo
y
-entre un acorde y otro- se alisa el pelo,
y
se estira el bigote de cerda recia…,
mientras
ella, coqueta, revolotea
los
ojos. Y en el ritmo que la menea,
acomoda
las curvas, con risa necia…
Han
gritado en la calle los pelotones,
que
paran en la puerta, y a borbotones
entran,
blandiendo lanzas, como corsarios…
-“Que
viva nuestro insigne general Rosas…!
-Y
que sigan tocándoles ‘refalosas’
‘en
el cogote’, a todos lo unitarios…!”
Hay
un coro de rojo. Y en infernales
carcajadas
siniestras, todas iguales
se
enredan en la danza de aquella moza…
-“Morenita
bandida, la federala,
“con
ancas” musculosas, como baguala,
para
seguir bailando ‘La Refalosa’…!
Versos
de Cátulo
G. Castillo