Con
nostalgia y con ternura
regresé
a mi San Gregorio,
donde
todo fue jolgorio,
inocencia
y travesura.
Allí
quedó la edad pura,
el
rastro del primer vuelo
y
hoy cumplo con el anhelo
que
hacía tiempo vivía en mí,
de
enseñarle a mi gurí
el
caballo del abuelo.
Mi
padre compró este “bayo”
poco
antes que yo naciera
y
con su ciencia campera
se
ganó el pan de a caballo.
Hoy
en su presencia hallo
del
dueño la calidez
y
aunque lo arrió la vejez
ningún
invierno lo mueve,
yo
cumplí los veintinueve
y
él pasó los treinta y tres.
Si
habrá paseado los sueños
de
un hombre que en su pobreza,
nunca
tuvo más riqueza
que
ser padre y ser su dueño,
en
responder ponía empeño
y
siempre dispuesto estaba,
si
de enlazar se trataba,
para
apartar o cinchar,
mi
padre sin titubear
en
un ¡vamos! lo encontraba.
Él
fue de su dueño honor
cuando
pa’l poblao airoso
supo
lucir orgulloso
su
recadito cantor.
Y
sabe Dios qué dolor
sintió
mi padre al saber,
que
jubilado iba a ser
y
que llegando ese día,
hasta
la ciudad se iría
para
nunca más volver.
Y
a una amiga de la infancia
le
dijo: “-Te dejo el bayo,
quiera
Dios que mi caballo
quede
por siempre en tu estancia”.
La
muerte con su arrogancia
iba
su vida apagando,
mi
padre, como explicando
el
por qué de su partida,
con
el peso de la vida
le
quitó el freno llorando.
Y
allí se quedó tristón
en
un rincón orejeando
y
como siempre acatando
lo
que decía su patrón.
Hoy
le traje a mi pichón
pa’
que ande a su tranco lerdo
y
al enfrenarlo me pierdo
en
cosas simples, sencillas,
y
se mojan mis mejillas
con
el agua del recuerdo.
De
cola y de crin entera
hoy
solo sirve de apoyo
si
algún pajarito criollo
se
le sienta en su cadera.
Se
me hace que está en la espera
de
la muerte negra y cruel,
y
va a cabrestearle fiel
pues
será como un silbido
de
aquel dueño que se ha ido
y
que lo quiere con él.
(11/1999)
Versos
de Liliana
Salvat