domingo, 13 de agosto de 2017

MAYORDOMO GRINGO

Inadaptado al ámbito el buen hombre
se ubica solo en el vestir de risa…
lengua en ciernes, si acaso pluraliza,
es ya chacota que no tiene nombre…

Alzado en suficiencia puntualiza,
para que el capataz escuche y así obre,
tareas que le llegan en un sobre,
con directivas extrafronterizas…

Pero si al campo sale por tordillo
y se hace todo un trance aquel novillo,
ese potro, ese pial, una cueriada,

tieso en la silla, se acoquina el gringo
y torna sin bochorno, sobre el pingo,
entre un disimular de las risadas…


Versos de Segundo Luis Gianello

MACHO

Recio varón introvertido y hosco,
escaso de ademán y verbo pauso;
así como se vuelca en un abrazo
a fondo tira su puñal de loco.

Trabaja siempre como si de a poco,
afanes y eficacia sin ocaso
quisiera distribuir, porque el acaso,
no es su amigo y el ideal tampoco…

Si en fiesta siente despertar la fibra,
el alma ruda de coraje vibra
y en grito de hombre su valor destranca…

o se tiende en cielitos por guitarra
y con rural acento de chicharra
las patrias emociones canta y canta…


Versos de Segundo Luis Gianello

viernes, 11 de agosto de 2017

SOGUERO

Un día llegó a mi pueblo
detrás de la polvareda
de un solitario galope
iniciado en su querencia.
De 25 de Mayo
vino tejiendo las leguas
con las manos de su flete
en el telar de la arena.
Hombre de lazo y caballo
se ofreció para la yerra
y una mañana de otoño,
casi perdida en la niebla,
se lució entre los paisanos
con sus piales puerta afuera.
El óvalo de su lazo
con tan genuina destreza
de payanca o sobre el lomo
daba al ternero por tierra.
Después, domó una tropilla
-diez caballos y una yegua-
y la entregó al mayordomo
“blanditos como una seda”.
Así pasaron los años
con sus costumbres añejas.
Siempre mantuvo bien alto
de su campo, la bandera.
Se puso a trenzar silencios
con tientos de su paciencia
y un dramático silbido
reemplazó la fina lezna.
Lo llamaban “el soguero”
cuando daban referencias
porque cubrían su nombre
los prestigios de su menta.
Bajo la sombra de un sauce
les aflojaba las riendas
a vidalitas y estilos
recordando su querencia.
Memorias de tiempo adentro
poncho pampa de tristezas.
Por eso, cuando las tardes
perfumadas de cosechas
y por el viejo camino
pasan reseros y haciendas,
mi pueblo sale a nombrarlo
con voces de antigua arena.
Un patriarca de los criollos,
se llama Domingo Vera.


Versos de Amancio Varela

martes, 8 de agosto de 2017

LA ESTANCIA o "MARTÍN CHICO"

1
El nombre que se borraba
en la cornisa ruinosa
se iba salvando en el rosa
del musgo que lo cercaba.
La fecha que terminaba
en un borrón ceniciento
la completaban al viento,
como dos cifras seguras
las casuarinas oscuras
llegando hasta el firmamento.
2
La baldosa colorada
del ancho patio lustroso
bordeaba un frescor de pozo
con una planta enredada.
Bajo la sombra anlazada
de un sauce y un paraíso
el aire tenía el hechizo
y la premura de un vuelo
que uniera el azul del cielo
con los reflejos del piso.
3
En añosa lozanía
bajo esa fronda olorosa,
con gracia de mariposa
la dicha me perseguía.
Pensar que la perdería
también en la despedida
y que aunque la voz dolida
en el recuerdo la toque,
es inútil que la invoque
la realidad de mi vida.
4
Pero en el patio he dejado
junto a las hojas marchitas,
aquel juego con ramitas
y en él mi nombre alineado,
y aunque me lo hayan tapado
los años con tanta plaga
de “rama negra” y “biznaga”
y hasta la “cepa” lo encierre,
no hay temporal que lo entierra
ni tiempo que lo deshaga.
5
Por más que en el rumbo siga
que me señaló el destino,
allí quedé en el camino
y en el afán de la hormiga,
en la mata de la ortiga
oculta en la manzanilla,
en el cardo de Castilla,
en el olor del hinojo,
en la estrella del abrojo
y el filo de la gramilla.
6
El monte está tan lejano
y hace ya tanto que falto,
que debe ser el más alto
aquel ramaje cercano.
Siento que tengo en la mano
memoria para tocarlo,
pero si llego a olvidarlo,
en vano es que lo carcoma
la vida, que una paloma
siempre habrá para evocarlo.
7
En cada portón dormido
se habrá quedado el cerrojo,
hasta aquél que andaba flojo
debe haberse enmohecido.
Al camino retorcido
lo cubrirá la maciega;
me han dicho que nadie llega
a la casa abandonada
que aún está medio rosada
donde la lluvia no pega.
8
Entre plantas el sendero
llegaba, como avenida,
a la llanura tendida
en dirección al pampero;
allí, el silencio primero,
después, la desolación,
el verde sin dimensión,
y en el confín fugitivo
el cielo más comprensivo
que tuvo mi corazón.
9
Cielo que me está faltando
para techar la pradera
en cuya incierta quimera
siempre me estoy demorando.
La huella se fue borrando
y ya es inútil volver;
nada puede merecer
la vista que se ha nublado
más que el contorno morado
que atrista el atardecer.
10
Pero aunque el tiempo desdora
y desentona el paisaje
y bajo un ancho celaje
el llano se decolora,
una brisa tembladora
va cruzando las quebradas
y las lomas empinadas
y los bajos verdecidos
entre matices subidos
retornan a mis miradas.
11
Resta de tanto color
solo una mancha en el verde
y por más que la recuerde
me ciego en el resplandor.
El alma le da el temblor
y la emoción del presente
y hasta el aire transparente
de mañanitas tranquilas
con límpidas nubes lilas
al costado del naciente.
12
Campo donde he conocido
el trébol más perfumado,
el nabillo más pintado
y el cardo más florecido;
en el silencio extendido
debajo del firmamento,
sólo lo cruzaba el lento
avance de las neblinas
y bandadas peregrinas
tan rápidas como el viento.
13
En los confines vistosos
de luces estremecidos,
como dos sables tendidos
entre los juncos lustrosos,
plateados y rumorosos
lo llenaban de reflejos
dos arroyuelos parejos
llamados, aunque coevos,
el “Todos los Santos Nuevos”
y el “Todos los Santos Viejos”.
14
Brillo del agua corriente
olorosa de resacas,
quebracho de las estacas
y barandales del puente;
mojarrita refulgente
saltando la correntada,
vieja acacia desgajada
al borde de la barranca
y vuelos de garza blanca
y de gaviota manchada.
15
 En los arroyos empalma
el pensamiento inseguro
con lo más limpio y más puro
que tengo al fondo del alma.
Con un murmullo que ensalma
la soledad y el olvido,
por el rumbo repetido
del presente y del pasado,
todo lo que me ha quedado
está en sus cauces dormido.

Versos de Miguel D. Etchebarne