Soy
pobre y no tengo nada
y
puesto que nada tengo
a
contar la historia vengo
de
mi mocedad pasada,
porque
al pulsar la encordada
cada
vez que tomo un trago
sin
mentir y sin halago
suelo
darme a conocer.
Porque
yo supe tener
el
mejor pingo del pago.
Yo
fui el gaucho de melena,
vincha,
chambergo y barbijo
que
supo lucir prolijo
pañuelo
y chaqueta buena;
una
rastra con cadena
adorno
del tirador,
un
puñal de lo mejor,
chiripá,
bota y espuela,
un
poncho y una vihuela
y
en el alma un payador.
La
preciosa compañía
de
mi rancho y de mi china
en
mi gran pampa argentina
fue
el orgullo de mi hombría,
y
cuando una fiesta había
en
cualquier parte que fuera,
mi
gaucha a lo pueblera
se
arreglaba el empilchao,
y
yo con ella enancao
cáia
a la fiesta campera.
Me
bailaba un pericón,
zamba,
cielo, cueca o gato,
luego
les cantaba un rato
y
me acercaba al fogón
donde
el verde cimarrón
con
tortitas no faltaba,
luego
a apostar empezaba
a
las carreras cuadreras,
y
hasta las chinas puebleras
clavaban
suerte en la taba.
Y
cuando apuntaba el día
el
gauchaje entusiasmao
se
le prendía al asao
con
la mayor alegría,
el
que prenda no tenía
se
ofrecía de compañero,
y
si el tiro era certero
a
la que se le apuntaba,
tanto
y tanto la ronciaba
hasta
prenderle el yesquero.
Por
eso que al lamentarme
cuando
el pasado recuerdo,
de
rabia chupo y me muerdo
porque
no puedo olvidarme,
y
al no poder habituarme,
a
soportar el amago,
con
el recuerdo me embriago
porque
esa es la pena mía,
recordarme
que tenía
el
mejor pingo del pago.
Moreira
murió, y su muerte,
fue
la muerte del gauchaje
que
con altivo coraje
jamás
le temió al más fuerte,
yo
por desgracia o por suerte
como
reliquia he quedao,
y
tan pobre me han dejao
los
que hoy tienen el oviyo,
que
por no pedir cuchiyo
hay
veces ni como asao.
Versos
de Juan
A. Martínez