martes, 24 de noviembre de 2020

SIN DERECHOS

 Como gladiador cansado

pierde las fuerza el día,

perfumando su agonía

el fresco soplo del prado.

Queda el oriente pintado

por penumbras, con derroche;

cuadrado el sol, de soslayo

recoje su último rayo

al presentarse la noche.

 

Con nuevo impulso verdea

la flora de la campaña,

quebrando la faz huraña

despojos de luz pigmea;

el pastizal parpadea

sobre la inculta colina,

y mientras todo declina

en las regiones campestres,

sueltan las aves silvestres

su plegaria vespertina.

 

Por apretado sendero

sale del monte un ginete

rompiendo el tupido brete

del pajonal majadero.

Teme, recela y ligero,

casi en pleno desvarío

le tira al campo y al río,

por izquierda y por derecha,

una mirada de flecha

que va a sondar el vacío.

 

Es desertor. Su delito

le impone firme misterio

y huyendo del cautiverio

anda sin rumbo y solito.

Por las penurias marchito

busca saludable riego;

y en brutal desasosiego

cuando el sentimiento brama,

oye un rancho que lo llama

con clamoreos de fuego.

 

Allá va. Sabe seguro

que el sable lo pastorea,

que es desigual la pelea,

que es muy amargo el apuro.

Pero, gaucho, fuerte y duro

lleva un propósito fijo,

guarda un tierno regocijo

que lo arrastra desde lejos,

hay en el rancho dos viejos

que no los olvida el hijo.

 

Entre dudas y temores,

pisa la choza querida

donde sembró su partida

desalientos y dolores.

Toca a sus progenitores

con sobresalto sincero;

y en el silencio campero,

como indudable noticia,

salta una franca caricia

que se le escapa al matrero.

 

Es muy corta la visita

porque lo quiere la suerte,

pues un pampero de muerte

sobre su cuerpo palpita.

De la pareja bendita

se despide sin rudeza;

y consumiendo entereza

para tornar al retiro,

montan bordando un suspiro

con hebras de su tristeza.

 

Vuelve solo a la guarida

conquista de independencia,

preparado a la violencia

y a vender cara su vida.

Nadie lo ampara ni cuida,

nadie le ofrece perdón,

que la carne de cañón

y el siervo de mil señores

no tiene más defensores

que su astucia y su facón

 

Versos de Elías Regules