martes, 21 de febrero de 2023

YERRA CLÁSICA

           (compuesto)

                I

En la baraja del Tiempo,

sobre el oriente redondo,

la grácil mano del alba

viene orejeando el as de oros.

El campo se viste en luz

como quien se cuelga un poncho,

y va cosechando ‘teros’

el galope de los potros.

 

Los gallos, desde el ramaje

de un árbol frondoso y bajo,

castigan el aire frío

con el chirlo de su canto.

Tropilla de varios pelos

-cual de colores un ramo-

atados por el cencerro

como flores por un lazo,

cruzan, vivos, a lo lejos

la madrugada alegrando.

¡Velay la yegua madrina

de musical trote largo!

 

En los telares del aire

los troperos van bordando

el color de sus silbidos

como curvos garabatos;

y hacia el lugar del ‘rodeo’,

clásicamente marcado

por una gran piedra blanca,

-grano de sal sobre el campo-

van cayendo los vacunos

pisoteando su desgano.

 

Arde en el fogón en el resto

de otros fogones pasados;

el humo crece y se ensancha

hacia arriba, como un árbol;

ora se curva o se empina

en puntas de pie, afinado;

ora parece un suspiro

que al cielo le manda el campo.

 

Huele el pasto olor jugoso;

-mal herido, así es el pasto-

exhalando su dolor

en un grito perfumado.

Allá, a lo lejos, el cielo

se agacha como jugando

y se esconde tras la loma,

siempre joven y muchacho.

 

¡Quién me diera ser de cielo,

siempre eterno y azulado;

más que ser tierras, ser cielo:

cancha para andar los astros…!

 

                II

Las parejas de jinetes

cortan de a pieza el ganado,

sacándolo del rodeo

dando que hacer a los lazos.

 

¿Válgame Dios que es guampudo

el toro que me ha tocado;

éste bajó de la sierra

debe tener cinco años;

no me v’alcanzar la ‘armada’

y eso que mi lazo es largo!

 

La soga, flexible, traza

en el papel del espacio,

rúbricas del tiempo antiguo,

puro firulete y garbo.

 

-¡Toro, toro, toro, toro…!

grito espoleando el caballo;

¡velay! ya estuve con él:

me lo tragué con el lazo!

 

-¡Qué buche -grita una voz-

qué buche pa’ fiarle un trago!

y el toro sigue corriendo

como trueno por el campo.

 

               III

Campos de curvo desplace,

lomas de núbiles senos;

chasqui en verde y amarillo

al galopón largo y lento,

apuntando al horizonte

mestizo de tierra y cielo.

 

Campo pampa, pampa campo

-que todo es uno y lo mesmo-

y en esta pampa, la inmensa

flor animal del rodeo.

 

Un palitero de guampas

girando lerdo;

mancha de luz y clamor

en perpetuo movimiento;

una danza de pezuñas

bajo otra danza de cuernos.

 

Yerra: epopeya del lazo,

y del músculo, y del fierro;

inicial de propiedad

marcada a rojo en el cuerpo.

Olor a yuyo estrujado,

olor a tierra y a cielo;

a cuero transfigurado

en volutas de humo denso.

 

Mugidos de bestia al sol,

cielo estrellado de insectos;

lazos lazando las patas,

los cogotes o los cuernos;

cien jinetes entre nubes

de polvo, polen, estiércol;

voces de barba cerrada,

ásperos bigotes lentos

apuntados hacia abajo

como guampas hacia el suelo.

Blanca risa de banana

en la cara de los negros;

gritos de indio ululando

como víboras de fuego;

ponchos que agitan las alas

como caranchos en celo;

gran desorden ordenado

en ritmo de cuadro épico.

 

               IV

¡Velay! los lazos delgados

como bordonas de tiento,

y el pialador que se afirma

sentándose en el culero.

¡Velay! los finos ‘preparos’

de trenzados brasileros;

los tuses de cogotillo

y los ‘caballos del medio’.

 

¡Velay! las toscas estrellas

de las espuelas de fierro,

dándole al vulgar talón

categorías de cielo.

 

¡Velay! las nobles cabezas

y los cónicos sombreros

a los ñudos de la vincha

colgando tras el pescuezo.

¡Velay! las botas de potro

por las que asoman los dedos;

los chiripás de colores

l’anca del pingo cubriendo,

sin flores ni mojigangas

bordadas por los puebleros;

y velay por los facones

dormidos en plata y cuero,

en un extremo la Muerte,

y el Perdón en otro extremo.

 

                 V

A la ventana ovalada

de un pial, se asoma un becerro;

el hombre da una sentada,

el lazo se estira, tenso,

y el becerro que con

las patas vueltas al cielo.

 

-‘Valió trago’… jha, jha, jha…

pase el clarín –compañero-;

y un negro se empina el frasco

como ‘tocando a degüeyo’.

 

-A este colorado pampa

hágale lao, deme juego…

-juí jha, jha, jha, jha, jha, jha-

¡Ya lo pechó hasta el señuelo!

 

               VI

El aire se pone azul

de tan puro y de tan nuevo;

el aire se pone cárdeno,

en hornos de fuego lento.

 

Bajo las vinchas ceñidas

o abajo de los chambergos,

el pelo tufa y se torna

con el sudor, muy más negro,

para que se rompa el sol

sobre sus brillos de espejo.

 

Las bocas se sienten secas

y hacen gárgaras de fuego,

besando a la ‘virgen rubia’

que gorgea en los gargueros;

ansina se van templando

en heroicidad, los pechos,

empapados en un clima

trágico de fuerza y fierro;

alegre de campo limpio,

colmado de sangre en celo;

y todo está tan a punto,

todo tan dorado a fuego,

que cualquier chispa de encono

que caiga, al tocar el suelo

rebota, levanta llama,

¡y queda tendido un muerto!

 

Versos de Fernán Silva Valdés