Como gladiador cansado
pierde
las fuerza el día,
perfumando
su agonía
el
fresco soplo del prado.
Queda
el oriente pintado
por
penumbras, con derroche;
cuadrado
el sol, de soslayo
recoje
su último rayo
al
presentarse la noche.
Con
nuevo impulso verdea
la
flora de la campaña,
quebrando
la faz huraña
despojos
de luz pigmea;
el
pastizal parpadea
sobre
la inculta colina,
y
mientras todo declina
en
las regiones campestres,
sueltan
las aves silvestres
su
plegaria vespertina.
Por
apretado sendero
sale
del monte un ginete
rompiendo
el tupido brete
del
pajonal majadero.
Teme,
recela y ligero,
casi
en pleno desvarío
le
tira al campo y al río,
por
izquierda y por derecha,
una
mirada de flecha
que
va a sondar el vacío.
Es
desertor. Su delito
le
impone firme misterio
y
huyendo del cautiverio
anda
sin rumbo y solito.
Por
las penurias marchito
busca
saludable riego;
y
en brutal desasosiego
cuando
el sentimiento brama,
oye
un rancho que lo llama
con
clamoreos de fuego.
Allá
va. Sabe seguro
que
el sable lo pastorea,
que
es desigual la pelea,
que
es muy amargo el apuro.
Pero,
gaucho, fuerte y duro
lleva
un propósito fijo,
guarda
un tierno regocijo
que
lo arrastra desde lejos,
hay
en el rancho dos viejos
que
no los olvida el hijo.
Entre
dudas y temores,
pisa
la choza querida
donde
sembró su partida
desalientos
y dolores.
Toca
a sus progenitores
con
sobresalto sincero;
y
en el silencio campero,
como
indudable noticia,
salta
una franca caricia
que
se le escapa al matrero.
Es
muy corta la visita
porque
lo quiere la suerte,
pues
un pampero de muerte
sobre
su cuerpo palpita.
De
la pareja bendita
se
despide sin rudeza;
y
consumiendo entereza
para
tornar al retiro,
montan
bordando un suspiro
con
hebras de su tristeza.
Vuelve
solo a la guarida
conquista
de independencia,
preparado
a la violencia
y
a vender cara su vida.
Nadie
lo ampara ni cuida,
nadie
le ofrece perdón,
que
la carne de cañón
y
el siervo de mil señores
no
tiene más defensores
que
su astucia y su facón
Versos
de Elías
Regules
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