viernes, 19 de abril de 2013

EL LINYERA

Hoy Julián se jue temprano
a galopiar un arisco.
Él nunca güelve a su rancho
más allá de oscurecido;
porque a su mujer, de puro
muchacha se le ha “ocurrido”,
que estando sola, una noche,
le van a robar el hijo.
Tiene seis años. Es rubio
y parece de oro el niño.
¡Nació con ojos azules
como el charabón de lindos!
Se cré muy hombre. A menudo
anda fumando un palito,
con las manos a la espalda
y el paso medio aburrido;
porque cosa que haga el padre,
la sale copiando el hijo:
vive asomao a ese espejo
como una estrella a un charquito.
La noche agarró a la madre
a solas con ese niño.
Mientras cenaron, pitaba
bichos de luz el camino.
La sombra empezó a tirarle
cascarudos al pabilo…
temblaban algunos truenos
y siempre en el mesmo sitio…
cáia una gota de agua
siempre con el mesmo ruido…
pa’ más, el viento se puso
a despertar el molino
y la rueda se movía
y siempre en el mesmo sitio…
eso que agrandó sus ojos
entornaba los del niño.
“- No te duermes -le pedía-
¡tengo mucho miedo, hijo!”

Como Julián se demora
le deja un plato servido,
se corre hasta la cocina
allí, pegada a los vidrios
siguen corriendo sus manos
con platos apenas limpios;
quieren trancarse en el rancho
con la Virgen y Pablito.
Pero el gurí, que es muy hombre
se fue solo hasta el portillo.
Pa’ que divise a su padre
a lo lejos del camino,
la noche le enciende el fósforo
verde luz del rejucilo.
Y no ve que allí, a dos pasos
cuasi tocándolo mesmo,
hay un linyera grandote
que lo está mirando fijo…
siente en eso que le dicen:
“-Gurí”, cuasi en el oído.
Se güelve, y ya ve una mano
peluda como de bicho,
que se le arrima a la cara
despacito… despacito…
la madre, allá en la cocina
se yela al oir ese aullido.
Le repican en las sienes
los talones de Pablito,
que se esconde en sus polleras
igual a un pollo con frío.
“-¿Qué viste?”, le grita “-¡Un hombre…!”
“-¿Ande?, y lo ve en el camino.
Corren pa’l rancho. Al cerrar
siente un galope tendido.
Resuellan. Ya no se trancan,
¡Julián güelve en el arisco!
Cáin los primeros gotones.
Oyen chirriar el portillo,
y justo cuando en la puerta
se para tremendo indio,
el jinete cruza y sigue
de largo por el camino.
¡No era Julián! Y áura es tarde
pa’ cerrar el rancho amigo,
no hay más tranca que su cuerpo
entre el linyera y el niño.
“-¿Qué quiere aquí?” “-Llueve mucho;
no va a negarme un abrigo”,
responde, pero sus ojos
andan buscando a Pablito.
“-¡Coma!” -dice pa’ amansarlo-
es la cena ‘e mi marido…”
“-Gracias, no traigo d’esa hambre”,
y sigue buscando al niño…
“-Por qué me lo mira ansí?
“-Pa’garrarlo!” exclama el indio.
Entonces la madre salta
sobre aquel hombre; sus gritos
salen pa’ ajuera del rancho,
se corren por el camino,
van agudos como espuelas
pa’ clavarse en el arisco:
“-¡Julián! ¡Julián…!”. El linyera
ya tiene en brazos al chico;
aquellas manos peludas
se le arriman despacito,
y aquella boca con hambre
de ternura, dice al niño:
“-Dejame que te acaricie…
yo en mi rancho tengo un hijo.
Hace dos años, lo menos
que yo no acaricio el mío…
¡Vos te le pareces tanto…!
Dormite… mi niño.
Dormite mi sol…
Dormite en la cuna
de mi corazón…”

Versos de Yamandú Rodríguez
                       (uruguayo)

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