martes, 23 de abril de 2013

PONCHO DE NIEBLA


La madrugada, temprano,
tendió su poncho de niebla;
pulpa gris de cuatro rumbos,
herida sombra andariega.
El viento paró rodeo
en la estancia de la tierra
y un resero detenido
al costado de la huella,
hace ronda vigilante
mientras descansa la hacienda.
Una madrina tobiana
la lluvia mansa renueva
del melodioso cencerro
rodando por la pradera
y se entabla la tropilla
disciplinada y pareja.
En su petiso mascota
los pajonales despierta
el muchachito boyero
al ruido de sus cadenas.
La aguja de su silbido
las distancias atraviesa
y se clava en los rincones
de la mañana campera.
El sol, con su facón de oro,
mientras sube por la cuesta
va cortando en rebanadas
el corazón de la niebla
y al silencio amojonado
por cardinales de siembra.
Pasa el rítmico galope
del mensual José Barrena
en su alazán coscojero
levantado a media rienda.
Centauro de la llanura,
estatua de sueño y piedra.
Allá lejos, el molino,
en los giros de su rueda,
traza triángulos de luz
en pizarras de laderas
mediante escuadra de plata
por las sucesivas vueltas.
El día sube despacio
escalones de la niebla
y asoma limpio, desnudo,
ante el rubor de la hacienda.
Un verde poncho de olvidado
parece la pampa entera.
Un chimango, cielo arriba,
antiguos rumbos planea
y moja la soledad
como nube amarillenta.
Todo el paisaje se inunda
con recuerdos de querencia
y cuando cosecho olvidos
de la espiga terruñera,
dejo escrito este romance,
calor de lágrima nueva,
que inaugura mi nostalgia
en el libro de la tierra.

Versos de Amancio Varela

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