Evocan
pluma y cinceles
“pingos”
de ganada fama,
y hay
un recuerdo que exclama
¡Loor
para los corceles!...
Los que
en bélicos tropeles
dieron
muestra de valor,
conquistaron
el honor
de la
evocación más grata,
y hoy
la poesía rescata
un
caballo servidor.
Nació
zaino doradillo
de una
yegua rabicana,
y
cambió en forma temprana
hasta
ponerse tordillo;
cuando
le creció el colmillo
se fue
blanqueando el pelaje,
tiró de
cualquier carruaje,
fue
guía en surcos abiertos,
y cruzó
campos desiertos
en la
llanura salvaje.
Por ser
medio cabezón,
lunanco
y “asillonado”,
nadie
le ponía el recado
a ese
pobre mancarrón;
lo domó
un tal Esquenón
y salió
de buena rienda,
pero en
arreos de hacienda
sólo
hacía de carguero,
y
guapeó de “pertiguero”
a paso
lento en la senda.
No tuvo
la excelsa gloria
que
tuvieron otros grandes,
vencedores
de los Andes
junto
al clarín de victoria;
él hizo
girar la noria
siempre
con ánimo fiel,
no
pidió ni dio cuartel
en
bajada o en repecho,
por eso
ganó el derecho
a un
poema y un laurel.
Viejo
pingo que en la estancia
fue
como peón de relevo,
desde
potrillo a longevo
demostró
fuerza y constancia;
no
conoció tolerancia
en
la labor servicial,
y
completó el rol social
casi
vencido y enclenque,
hermanándose
al palenque
de una
escuelita rural.
En el
campo del trabajo
hay
hombres como el “palomo”
cumplidores
con aplomo
en su misión
a destajo;
siempre
usados de retajo
sin
amparo ni justicia,
y en un
hueco de caricia,
por
diferentes caminos,
ambos
unen sus destinos
al yugo
de la injusticia.
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