Es árbol decorativo
de
estos mis valle sonrientes,
el
que en los días sonrientes
hace
fresco incentivo.
El
señor inofensivo
que,
en las noches misteriosas,
vela
el sueño de las cosas
y
está en la paz que se ahueca,
como
imponiendo la mueca
de
las sombras tenebrosas.
Guardián
de cabellos lacios
al
margen de las acequias,
donde
su duelo de exequias…
lloran
los buenos batracios:
no
sueña con los palacios
ni
aspira a ser elegido,
porque
sabe que en el nido
menos
vale, por el nombre,
ser
protegido del hombre
que
ser de Dios protegido.
Sabio
en la gloria profunda
del
vivir de la montaña,
vive
inclinado a la entraña
de
toda gleba fecunda;
y
a la fuerza que lo inunda,
así,
su copa votiva,
parece
-melena viva-
la
cabeza de un poeta
cuya
remota silueta
guarda
la tierra nativa!
En
su alto y verdeante hechizo
juega
una blanca memoria…
como
confundida historia
de
un existir impreciso;
por
eso, bueno y sumiso
a
pesar de sus templanzas,
turbado
en sus remembranzas
finge,
a los soplos del viento,
el
descompaginamiento
de
un gran libro de esperanzas!
Miraje
fiel y real
que,
por la marcha sin treguas,
consigue
acortar las leguas
desde
la villa natal;
es
bien querido al final
del
transitado sendero,
glauca
luz del derrotero
y
alma que allá en el retiro,
provoca
el primer suspiro
del
corazón del viajero.
Hospitalario
sin clave
de
rebuscadas teúrgias,
goza
las dulces liturgias
de
los amores del ave;
pues
dice que ellas cabe
la
suerte de nuevos dones…
y
dueño de sus canciones
se
juzga un místico abuelo.
Dichoso
con el consuelo
de
los alados pichones.
Jamás
en su estancia estorba
ni
envidia al florido alcor:
que
siempre es el seductor
de
la mirada más torva;
y
aunque de espeso se encorva
como
ensayándose en ruinas,
es,
por sus gracias divinas,
mucho
más noble y preclaro,
sin
flores y sin amparo,
sin
frutos y sin espina.
Quieto
vigía en la aldea
de
la viña y de los campos,
donde
distiende sus lampos
del
sol la grande presea;
nada
ni a nadie desea
y,
por su virtud eximia,
hasta
permite la nimia
cita, que en algún rincón,
desenfrena
la pasión
con
un dulzor de vendimia…
Rey
mago del reino augusto
de
las hierbas milagrosas,
de
las flores olorosas
del
árbol y del arbusto:
ninguno
como él, vetusto
símbolo
de soledad,
halla,
en sagrada verdad,
mejor
indulgencia franca
para
beber en la blanca
fuente
de la eternidad.
Suma
el amigo árbol útil,
sabio
guardián en la umbría,
hospitalario
vigía
y
rey del traje inconsútil;
por
eso, sobre lo fútil,
su
bella copa votiva
parece
-melena viva-
la
cabeza de un poeta
cuya
remota silueta
guarda
la tierra nativa!
Versos
de Alberto
G. Ocampo
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