(en una estancia del centro norte)
Un
entusiasmo cordial,
prenuncio
de gran halago,
ha
despertado en el pago
las
Fiestas del Carnaval.
Tan
juvenil y sensual
cual
nunca está la mozada;
en
la estancia “La Alborada”
no
se habla, ya, de otra cosa,
y
dicen que Doña Rosa
de
la fiesta es la encargada.
Al
“serrano” Timoteo
le
han encargado juntar
la
tropilla de montar
y
algún mamón del rodeo.
Cumplirá,
así, su deseo…;
(es
tremendo comilón)
y
ya, chaireando el facón
espera
la hora, tranquilo,
con
su panza de cachilo
y
el mirar de lechuzón…
Empanadas
y pasteles
hará
la “Negra” Teresa,
y
habrá de servir la mesa
-adornada
con claveles-
Doña
Rudecinda Velez
cuya
edad nadie comenta,
pues
ya se perdió la cuenta
y
quien la quiera encontrar
ha
de tener que estudiar
abajo
del año ochenta…!
Pasa
rondando Donato
por
si algún cargo le dan;
mas
como es algo haragán,
será
el de espantar el gato…
Allí
también hay un ñato
que
solo se presentó;
el
“Vizcachón” lo observó
y
mirándolo, atrevido,
-“aquí
sobra un comedido”-
como
entre dientes gruñó.
Se
oyeron los cascabeles
de
los fletes en los frenos
y
un rodar como de truenos
de
jinetes en tropeles…
A
la tradición muy fieles,
esos
gauchos del lugar,
vinieron
a saludar
a
la dueña de la estancia
y
con singular prestancia
sus
endechas a cantar.
También,
usando la treta
de
sorprender la ocasión,
a
la animada reunión
cayó
un gringo con careta.
Como
sería de sotreta,
-yo
lo juro por Luzbel-
que
después del rato aquel,
ya
en natural evidencia,
no
existía diferencia
entre
la careta y él…!
Y
las serpentinas rosas,
en
continuo viborear,
comenzaron
a rodear
el
cuello de aquellas mozas.
Las
albahacas aromosas
desparramaron
su olor;
alzó
su voz el cantor
y
agitábase en la rueda
blanco
pañuelo de seda
como
símbolo de amor…
Cual
banderas desplegadas,
entre
un rumor de sauzales,
tremolaron
los percales
de
aquellas recién llegadas.
Actuaron
las mascaradas
con
su habitual gritería;
toda
china allí lucía
al
pecho su linda flor,
y
el que no hablaba de amor
era…
porque no quería.
Tan
voluptuosa y sensual
dijo
de amor su querella,
bajo
la luz de la estrella,
la
guitarra nacional.
Un
“estilo” emocional
a
todo pecho alcanzó,
el
“licor rojo” mojó
el
labio de aquellas mozas
tan
dulces y cariñosas
que
el lucero las besó.
De
repente, en un picazo,
-con
una copa de más-
apareció
el capataz
revoleando,
fiero, el lazo.
Con
un rudo encontronazo
hizo
rodar el mortero;
luego,
con aire altanero,
a
todos miró, muy fijo,
y
“Este es –murmurando, dijo-,
el
Carnaval que yo quiero.
Disuadiéronlo,
al momento,
de
su propósito inculto,
mas
no cedió en el insulto
que
allí repartió sin cuento…
De
pronto, desde su asiento,
fiero,
un paisano, se alzó;
al
‘moreira’ atropelló
el
poncho envuelto en el brazo
y
de un rudo talerazo
contra
un cerco lo tiró…!
Aplaudieron
al valiente
todos
los de la reunión,
y
se inició un pericón
con
un batallón de gente…
De
las mozas en la frente
la
cinta azul; del percal
el
frú-frú; y el ideal
que
a recordarlo convida,
cual
promesa no cumplida
desde
el otro carnaval…
Consecuente
en la paciencia,
bajo
la agreste ramada,
dormía
la caballada
soñando
con la querencia…
De
algún perro la presencia
podíase
allí notar;
y
queriendo saludar
al
Carnaval esa noche,
de
luz haciendo derroche
se
vio al lucero bajar…
Ya
se ausentaba la tarde
entre
crepúsculos lilas,
y
femeniles pupilas
lloraron
su amor cobarde…
En
un varonil alarde
algún
potro relinchó;
lejos
el chajá gritó,
y
entre la tupida fronda
completamente
redonda
la
triste luna asomó…
De
aquella luz al amparo
se
bailó hasta la alborada,
buscando,
ya, la mozada,
a
su cansancio reparo.
Estremeció
el grito raro
de
la lechuza agorera;
junto
a la obscura tapera
errante
perro lloró,
y
al día lo inauguró
la
calandria tempranera.
Tiempos
de mis Carnavales
que
se fueron con la bruna
noche
sin amor ni luna
de
estas mis horas actuales:
entre
sombras nocturnales
os
veo, ahora pasar,
y
me comienzo a angustiar
al
ver que ahonda mi herida,
el
Carnaval de la vida
donde
se aprende a llorar.
Versos
de Julio
Díaz Usandivaras
No hay comentarios:
Publicar un comentario