1
Nace
una tarde estival
de
embriagadora hermosura,
y
la luz del sol fulgura
como
encendido cristal;
entre
un monte y un maizal,
más
rubio que el sol del día,
ostenta
una pulpería
los
hierros de su ventana,
que
con hojas se engalana
y
con flores se atavía.
2
Del
maizal al arbolado
hay
un sendero, en que crece
un
viejo ombú que parece
pajarera
en despoblado,
donde
el viento embalsamado
por
la pasionaria en flor,
al
quebrarse en el verdor
gime
con son lastimero,
y
donde anida un boyero
que
es un soberbio cantor.
3
En
la tarde de aquel día
se
agita, de gauchos llena,
con
rumores de colmena,
la
campestre pulpería;
bajo
la enramada umbría
que
dulce sombra le dá,
el
mate corriendo está,
está
la taba rodando,
y
una guitarra trinando
con
arpegios de sabiá.
4
Una
morocha encantada,
cuya
vista es acicate,
templa
lo amargo del mate
con
la miel de su mirada;
linda
diamela brotada
en
la zona del pampero,
es
tan suave y hechicero
su
perfume soberano,
que
se para sobre el llano
para
mirarla, el crucero.
5
Le
prodiga la reunión
esa
lisonja elocuente
que
hace vibrar dulcemente
las
cuerdas del corazón;
pero
ella, cuya pasión
esconderse
no procura,
cuando
alaban su hermosura
vuelve
la vista, bizarra,
al
que tañe la guitarra
bajo
la enramada oscura.
6
Un
zambo, de tez curtida
por
el sol de la pradera,
y
que a la moza hechicera
habla
con frase atrevida,
llegándose
con fingida
indiferencia
orgullosa,
a
un “alazán” que reposa
junto
al joven guitarrero,
dice:
“-Le corre mi ‘overo’
a esta rapidez famosa”.
7
“-Si la cola es de su agrado,
no pudo elegir mejor”,
responde
alegre el cantor
al
mirarse desafiado;
responde
el otro, enconado,
con
brusco y torvo ademán,
vengando
en el “alazán”
los
celos devoradores
que
le inspiran los amores
del
guitarrero galán.
8
Ya
la reunión, dividida,
titubea
entre el “overo”
y
el “alazán”, que es ligero
como
un soplo en la partida;
con
la mirada encendida
por
un reflejo infernal,
muestra
el zambo a su rival
el
“overo” de que trata,
que
es un arroyo de plata
de
la testera al pretal.
9
“-La daga que mucho brilla
no es la que corta mejor”,
dice
sonriendo el cantor,
y
el “alazán” desensilla;
sale,
después, la cuadrilla,
hasta
dar con el sendero,
miden
el campo, y ligero
como
avestruz asustado,
arranca
el zambo el recado
de
los lomos del “overo”.
10
El
sol, con ráfagas llenas,
pinta
de rojo la altura,
y
su reflejo fulgura
en
las grandes nazarena;
la
miel hierve en las colmenas,
el
moscardón en la umbría
se
embriaga con la ambrosía
de
la flor envuelta en llamas,
y
el lagarto sus escamas
tuesta
en el horno del día.
11
De
sol el hirviente lloro
cayendo
a plomo del cielo,
del
“alazán” en el pelo
brilla
con cambiantes de oro;
y
cuando el casco sonoro
del
lindo flete, golpea
del
campo de la pelea
la
superficie agrietada,
la
gramilla maltratada
como
quejándose, humea.
12
Al
fin “alazán” y “overo”,
haciendo
crujir la rienda,
dan
en copiar la contienda
de
la nube y el pampero;
parten
con empuje fiero
como
salto de felino,
y
se estremece el camino
por
donde sus sombras van,
que
es un rayo el “alazán”
y
el “overo” un torbellino.
13
Poco
el combate duró,
que
en su frenética huida
la
nube de oro vestida
más
que el huracán corrió;
el
paisanaje aplaudió,
mientras
rojo de fiereza,
y
sin volver la cabeza
ni
sujetar al overo
se
hundía el zambo ligero
en
la cercana maleza.
14
Con
bulliciosa alegría,
abandonando
el camino,
torna
el grupo campesino
a
la agreste pulpería;
bajo
la enramada umbría
que
amustia la luz solar,
vuelve
el mate a circular,
vuelve
la taba a correr,
y
la guitarra a tañer,
y
el payador a cantar.
15
Al
fin, con pausado vuelo,
cuelga
la noche callada
su
vestidura enlutada
por
los confines del cielo;
pero
rasgando su velo,
la
faz de la luna asoma
sobre
la desierta loma
y
sobre el campo florido,
que
queda blanco y dormido
como
una inmensa paloma.
16
Entonces,
al trote lento
del
“alazán” vencedor,
y
acariciado el cantor
por
amante pensamiento,
cruza
el llano cuyo aliento
huele
a trébol perfumado,
y
del bosque enmarañado
entre
los troncos se pierde,
bajo
el cortinaje verde
por
la luna plateado.
17
De
pronto, tras un cipó
que
rastrero el monte alfombra,
se
alzó del zambo la sombra,
y
un reto a muerte se oyó.
“-Nadie al ñudo me espero”,
dice
altivo el guitarrero,
y
descabalgando fiero,
su
daga, que al aire brilla,
hace
chispear la cuchilla
del
corredor del “overo”.
18
Con
el aliento agitado,
ágil
el brazo nervudo,
y
convertido en escudo
el
poncho, a tientas doblado,
los
dos, con empeño airado,
giran
en danza infernal,
chocan
puñal a puñal,
se
embisten con rabia ciega,
luchan
y caen en la brega
arrastrando
a su rival.
19
Solo
el payador se alzó,
de
roja sangre cubierto,
y
la luna sobre el muerto
su
blanca lumbre tendió;
raudo
galope se oyó,
quedó
mudo el bosque umbrío,
lentamente
en el vació
las
estrellas se apagaron,
y
las aves despertaron
entre
guardas de rocío.
Versos
de Carlos
Roxlo (1861 / 1926)
(uruguayo)
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