Corre
la brisa coqueta
por
dilatada hondonada,
tras
la lúcida alborada
se
oyen rumores de orquesta;
están
las aves de fiesta
preludiando
sus cantares;
hay
ansias de nuevos lares
en
sus tiernos corazones,
y
en distintas direcciones
vuelan
rumbo a otros lugares.
Después,
un silencio suave
hay
por toda la llanura;
y
el monte con su espesura
se
va tornando más grave;
en
tanto que el sol se abre
entre
celajes, perdido,
cada
pichón en su nido
espera
el sustento diario
que
ha de hacer lo necesario
quien
en su busca ha salido.
Más
allá, a la distancia,
coronando
una cuchilla,
se
ve arrear a una tropilla
por
un peoncito de estancia;
jinetea
con arrogancia
dominando
el bagualaje,
y
demostrando coraje
para
que el patrón lo vea
pone
fin a su tarea
orgulloso
del mensaje.
Ya
comienza el labrador
a
unir a los mansos bueyes,
así
obedece a las leyes
como
buen trabajador;
aunque
es ruda la labor
para
él y sus animales
no
reconoce más males
que
ver sus hijos sin pan,
y
en esto vuelca su afán
para
lograr los trigales.
En
continuo movimiento
amanece
la campaña,
y
como por fuerza extraña
influye
vida al momento,
en
todo reina el contento
que
brinda naturaleza,
y
es tan grande la belleza
que
no le hallo semejanza,
¡solamente
la esperanza
se
compara a su grandeza!
(Montevideo,
Cerro, 1944)
Versos
de Ignacio
Suárez
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