Solo
nos queda una prenda
de
las que vistió el paisano
y
de aquel tiempo lejano
canta
la hermosa leyenda:
ella
flameo en la contienda
entre
el sangriento entrevero
y
su chasquido altanero
fue
el aplauso de la historia
que
iba cantando victoria
a
espaldas del montonero.
Ella
es amoroso lazo
al
cuello del gaucho atada
por
la china enamorada
como
un voluptuoso abrazo,
la
que esconde en su regazo
el
llanto de la partida
y
se agita estremecida
al
hombro del que se aleja
como
un adiós que refleja
temblores
de despedida.
Es
la ciñe la frente
del
domador altanero
cuando
en el bagual matrero
que
se sacude impotente,
cruza
soberbio y valiente
como
un rey de la llanura:
la
que sus heridas cura
si
su noble sangre vierte,
la
que fiel hasta la muerte
le
sigue a la sepultura.
La
que ondula caprichosa
en
triunfos y pericones,
prendiendo
en los corazones
de
amor la llama ardorosa;
es
la que amante y celosa
la
faz de la criolla esquiva
a
la caricia lasciva
del
sol que besarla intenta
y
al mismo tiempo, avarienta,
su
cabellera cautiva.
Ella
lucirá triunfante
como
la flor del pantano
mientras
exista un paisano
honrado,
altivo y amante,
una
guitarra en que cante
estilos
que son querellas
y
haga vibrar de las huellas
los
retozones allegros;
y
una china de ojos negros
como
noche sin estrellas.
Golilla
de mis amores
si
todo pasa y se pierde,
qué
extraño es que te recuerde
cuando
ya no hay payadores,
si
tú de tiempos mejores
cantas
la historia sagrada,
mientras
se pierde olvidada
la
tradición tan divina
como
se pierde entre ruina
la
tapera abandonada.
(Minas, Uruguay. Ca. 1919/1920)
Verso
de Juan
El Triste
(Fuente: Revista La Raza N° 5 –
1/6/1920)
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