viernes, 14 de diciembre de 2018

ARRIEROS


Por la senda angosta vienen los arrieros:
vienen de los cerros,
bajan lentamente, llenos de tristeza,
como si en el lomo de esas flacas bestias
trajeran un poco de sus muchas penas.
Entre quebrachales
se sienten los golpes de los guardamontes
y el eco, a lo lejos, repite cansado:
Picaza, Barcina, ¡huellaaa, huellaaa, huellaaa!...
La tarde ya tiende su poncho de sombra
sobre las quebradas,
y la brisa fresca golpea la frente,
tostada en mil soles de largas jornadas
por aquellas sendas.
La tropilla sigue su marcha en silencio
y de rato en rato se siente ese grito de:
Oscura, Bragada, ¡huellaaa, huellaaa, huellaaa!...
Una vidalita cantan los arrieros
y en su triste acento
también una oscura tropilla de versos
golpea sus cascos
contra aquel angosto camino de piedra.
Nacen con la noche
y tienen murmullos del arroyo claro,
sollozos de estrellas, perfumes del cerro.
Cantan los arrieros
y al duro chasquido de los latigazos
sigue un destemplado
Picaza, Barcina, ¡huellaaa, huellaaa, huellaaa!...
Con la vidalita, muere a la distancia
el anochecido tropel de la recua.
Los arrieros siguen su marcha en silencio.
Van a Santa Bárbara,
guiando en la noche más fría de invierno
aquella tropilla de mulas ajenas.
Y mientras la noche siente que se alejan
los cerros repiten,
como una esperanza que se va muriendo,
el grito nocturno:
Picaza, Barcina, ¡huellaaa, huellaaa, huellaaa!...

Jesús Liberato Tobares - Ciudad de San Luis

No hay comentarios:

Publicar un comentario