Está
atado al palenque, y cabizbajo,
un
caballo rosillo que aparenta
ser
pobretón -al dueño va la cuenta-
o
un compañero humilde de trabajo.
(de
un sauce debilucho un ralo gajo,
fácil
juguete de la brisa lenta,
sobre
las clines, compasivo, ahuyenta
a
la “cargosa” que un raspón atrajo).
Se
vino de un galope hasta “La Tabla”;
está
tranquilo sin mostrar pereza.
De
tanto en tanto vuelve la cabeza
al
escuchar la voz amiga, que habla.
Su
sombra es ya un grotesco alargamiento
y
apenas mueve su pelaje el viento.
Versos
de Reginaldo
Martín Zorrilla
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