viernes, 3 de enero de 2014

EL MAYORAL DE GALERAS

Ayer caporal de tropa
de carretas mendocinas,
y hoy mayoral de galera,
ya es prosperar en la vida.

Nada falto de experiencia,
y de aptitudes sobrado,
conoce toda la pampa
mejor que a sus propias manos.

Todo el que viaja con él
quisiera hacérsele amigo,
pero él los trata de lejos
como a simples conocidos.

“Buenos días”, “buenas tardes”,
y ya basta de palabras;
que gente conversadora
pronto se toma confianza.

Sabe la vida y milagros
de todos los pasajeros;
del pescante a la berlina
no se le pierde un secreto.

Deja que los otros hablen
haciéndose el que no escucha;
no tiene un secreto propio
y para el ajeno es tumba.

Si habla poco, aún habla menos
con gringo recién llegado;
pero, de cortés, le nombra
los pueblos que van pasando.

Luján, Zárate, Arrecifes…
para que sepa donde anda.
Si más le pregunta el gringo
se encoge de hombros y calla.

Que ante un gringo preguntón,
se hace el que todo lo ignora.
Gringo que no habla cristiano
no es para confiarle cosa.

Espesas nubes de polvo
envuelven a la galera.
Los gritos del postillón
estimulan a las bestias.

Al tocar la última posta,
antes de llegar a Zárate,
toma un alivio el cansancio
trajinado del paisaje.

Remúdase allí la tropa:
dos caballos de la lanza,
dos laderos de las cinchas
y los ocho de las cuartas.

Tiro a tiro el mayoral
revisa la guarnición,
mientras hace su comida
de queso y vino carlón.

No demora; que la noche
llega temprano en invierno,
y quiere llegar a Zárate
antes que el sol se haya puesto.

Se ajusta los pantalones
como quien sabe llevarlos,
previene faca y trabuco,
sube al pescante de un salto.

Verifica en sus bolsillos:
papel, tabaco y yesquero,
y segura en su cabeza
el pañuelo y el sombrero.

En el asiento coloca
las boleadoras y el lazo,
que ahora entrarán a cortar
llanuras de cardos altos.

Las sorpresas del camino
no deben ser descuidadas…
Ser mayoral de galera
no es ocupación de maulas.

Las ruedas van arrollando
las distancias del camino,
que se enroscan en los ejes
con angustioso gemido.

De pronto, sobre el sombrero
del mayoral, bate y zumba
un aletazo huidizo…
¡Cruz diablo! Fué una lechuza.

Va en la galera un enfermo
de color ya casi gris…
Una niña lo acompaña.
¡No se le vaya a morir!

La niña lo va atendiendo…
Él va como adormilado.
Apenas abre los ojos
cuando es grande el barquinazo.

Ya se entra el sol… La galera
cruza inmensos trebolares.
¡No se muera el pasajero
antes de dejarlo en Zárate!...

Como chasquidos de lengua
reseca, estallan los látigos,
que se mojan en olor
de tréboles machucados.

Mayoral y postillón
azuzan los mancarrones.
En angustiosa carrera
van la galera y la noche.


Versos de Luis Cané

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