(compuesto)
I
En
la baraja del Tiempo,
sobre
el oriente redondo,
la
grácil mano del alba
viene
orejeando el as de oros.
El
campo se viste en luz
como
quien se cuelga un poncho,
y
va cosechando ‘teros’
el
galope de los potros.
Los
gallos, desde el ramaje
de
un árbol frondoso y bajo,
castigan
el aire frío
con
el chirlo de su canto.
Tropilla
de varios pelos
-cual
de colores un ramo-
atados
por el cencerro
como
flores por un lazo,
cruzan,
vivos, a lo lejos
la
madrugada alegrando.
¡Velay
la yegua madrina
de
musical trote largo!
En
los telares del aire
los
troperos van bordando
el
color de sus silbidos
como
curvos garabatos;
y
hacia el lugar del ‘rodeo’,
clásicamente
marcado
por
una gran piedra blanca,
-grano
de sal sobre el campo-
van
cayendo los vacunos
pisoteando
su desgano.
Arde
en el fogón en el resto
de
otros fogones pasados;
el
humo crece y se ensancha
hacia
arriba, como un árbol;
ora
se curva o se empina
en
puntas de pie, afinado;
ora
parece un suspiro
que
al cielo le manda el campo.
Huele
el pasto olor jugoso;
-mal
herido, así es el pasto-
exhalando
su dolor
en
un grito perfumado.
Allá,
a lo lejos, el cielo
se
agacha como jugando
y
se esconde tras la loma,
siempre
joven y muchacho.
¡Quién
me diera ser de cielo,
siempre
eterno y azulado;
más
que ser tierras, ser cielo:
cancha
para andar los astros…!
II
Las
parejas de jinetes
cortan
de a pieza el ganado,
sacándolo
del rodeo
dando
que hacer a los lazos.
¿Válgame
Dios que es guampudo
el
toro que me ha tocado;
éste
bajó de la sierra
debe
tener cinco años;
no
me v’alcanzar la ‘armada’
y
eso que mi lazo es largo!
La
soga, flexible, traza
en
el papel del espacio,
rúbricas
del tiempo antiguo,
puro
firulete y garbo.
-¡Toro,
toro, toro, toro…!
grito
espoleando el caballo;
¡velay!
ya estuve con él:
me
lo tragué con el lazo!
-¡Qué
buche -grita una voz-
qué
buche pa’ fiarle un trago!
y
el toro sigue corriendo
como
trueno por el campo.
III
Campos
de curvo desplace,
lomas
de núbiles senos;
chasqui
en verde y amarillo
al
galopón largo y lento,
apuntando
al horizonte
mestizo
de tierra y cielo.
Campo
pampa, pampa campo
-que
todo es uno y lo mesmo-
y
en esta pampa, la inmensa
flor
animal del rodeo.
Un
palitero de guampas
girando
lerdo;
mancha
de luz y clamor
en
perpetuo movimiento;
una
danza de pezuñas
bajo
otra danza de cuernos.
Yerra:
epopeya del lazo,
y
del músculo, y del fierro;
inicial
de propiedad
marcada
a rojo en el cuerpo.
Olor
a yuyo estrujado,
olor
a tierra y a cielo;
a
cuero transfigurado
en
volutas de humo denso.
Mugidos
de bestia al sol,
cielo
estrellado de insectos;
lazos
lazando las patas,
los
cogotes o los cuernos;
cien
jinetes entre nubes
de
polvo, polen, estiércol;
voces
de barba cerrada,
ásperos
bigotes lentos
apuntados
hacia abajo
como
guampas hacia el suelo.
Blanca
risa de banana
en
la cara de los negros;
gritos
de indio ululando
como
víboras de fuego;
ponchos
que agitan las alas
como
caranchos en celo;
gran
desorden ordenado
en
ritmo de cuadro épico.
IV
¡Velay!
los lazos delgados
como
bordonas de tiento,
y
el pialador que se afirma
sentándose
en el culero.
¡Velay!
los finos ‘preparos’
de
trenzados brasileros;
los
tuses de cogotillo
y
los ‘caballos del medio’.
¡Velay!
las toscas estrellas
de
las espuelas de fierro,
dándole
al vulgar talón
categorías
de cielo.
¡Velay!
las nobles cabezas
y
los cónicos sombreros
a
los ñudos de la vincha
colgando
tras el pescuezo.
¡Velay!
las botas de potro
por
las que asoman los dedos;
los
chiripás de colores
l’anca
del pingo cubriendo,
sin
flores ni mojigangas
bordadas
por los puebleros;
y
velay por los facones
dormidos
en plata y cuero,
en
un extremo la Muerte,
y
el Perdón en otro extremo.
V
A
la ventana ovalada
de
un pial, se asoma un becerro;
el
hombre da una sentada,
el
lazo se estira, tenso,
y
el becerro que con
las
patas vueltas al cielo.
-‘Valió
trago’… jha, jha, jha…
pase
el clarín –compañero-;
y
un negro se empina el frasco
como
‘tocando a degüeyo’.
-A
este colorado pampa
hágale
lao, deme juego…
-juí
jha, jha, jha, jha, jha, jha-
¡Ya
lo pechó hasta el señuelo!
VI
El
aire se pone azul
de
tan puro y de tan nuevo;
el
aire se pone cárdeno,
en
hornos de fuego lento.
Bajo
las vinchas ceñidas
o
abajo de los chambergos,
el
pelo tufa y se torna
con
el sudor, muy más negro,
para
que se rompa el sol
sobre
sus brillos de espejo.
Las
bocas se sienten secas
y
hacen gárgaras de fuego,
besando
a la ‘virgen rubia’
que
gorgea en los gargueros;
ansina
se van templando
en
heroicidad, los pechos,
empapados
en un clima
trágico
de fuerza y fierro;
alegre
de campo limpio,
colmado
de sangre en celo;
y
todo está tan a punto,
todo
tan dorado a fuego,
que
cualquier chispa de encono
que
caiga, al tocar el suelo
rebota,
levanta llama,
¡y
queda tendido un muerto!
Versos
de Fernán
Silva Valdés