Fue en la “esquina”
Las Marías
casi estaba
anocheciendo
cuando suspendió un
sargento
las cuadreras de aquel
día.
Comenzó la gente a
irse
rumbeando a los cuatro
vientos,
y otros cáian al
boliche
comentando y
discutiendo,
sobre pingos y
convites
o sentencias de
rayeros.
De los gauchos entre
todos
repechaba Don Rosendo;
hombre violento en sus
modos
y medio de “mal arreo”,
caudillo de esos
contornos
dueño de campo y rodeos,
que, aunque en muchos
acomodos
nada bueno le dijeron,
para otros fue
generoso
y así se fue
defendiendo.
Hacía tiempo que no
erraba
reunión en el pago
entero:
buscaba a Jacinto
Almada
para cobrarle en el
cuero,
una deuda que anotada
tenía en su libro
hacía tiempo,
desde aquella
madrugada
que allá, en su
establecimiento,
quedó sin dueño una
almohada
y amaneció una hija
menos…
Y esto algunos
comentaban
cuando de pronto en
silencio
quedaron al ver que
Almada
se apareció como un
sueño.
Corrió la diestra a su
daga
blanco de ira, Don
Rosendo,
y mientras la
paisanada
se fue en un círculo
abriendo,
con altivez, el que
entraba,
le habló a su rival,
resuelto:
“-Vea señor, guard’esa arma
y en antes oiga un momento,
ya que ha de ser est’encuentro.
pa’ dejar deudas saldadas;
total, pa’ dar puñaladas,
siempre suebra cancha y tiempo.
Pero un hombre de mi laya
que a la juersa ha sido perro,
risién echa mano al fierro
cuando no dentran palabras!”
(Se volvieron las
miradas
al rostro de Don Rosendo.
Se acomodó el pecho Almada
y así le siguió
diciendo:)
“-Cuando yo era su mensual
hará d’esto… un año y medio,
yo era l’hombre más jormal
según sus mesmos acuerdos,
trabajador y puntual
de confiansa y de rispeto,
sin rives y liberal
pa’ tuita cancha parejo;
y… mil alabansas más
que por mudestia riservo.
Yo, por usté, ande cuadrara
juí pa’ jugarme dispuesto,
y ni un paso riculaba
nianque salieran de a cientos!
En una rigüelta brava
que al humo se nos vinieron,
me bandiaron con dos balas
pero guapié resisitiendo,
y a coraje, poncho y daga
yo lo salvé, Don Rosendo!
Dispués, pa’ dicha y disgrasia
dos cosas a un mesmo tiempo,
supe que su hija me amaba
y ese mesmo sentimiento
se acoyaró en esperansas
con el sentir de mi pecho.
Pero, entonses jue la daga
de su imponencia y dispecho
la qu’hiso tiras dos almas
prendiendo di odios un juego!
Jué basta pa’ echar por tierra
toditas sus alabansas;
yo, juí entonses un cualquiera,
perro sin dueño en l’estancia,
trompeta que ni siquiera
la diferiensia miraba,
de mi apeyido y el d’eya
tapao de plata y de fama!
Dispués, m’indicó la güeya
y se jué dando l’espalda…
Cuando usté me dijo eso
en esta mano temblaba,
el coraje y el deseo
di hacerle un charque en la cara.
Pero vi unos ojos negros
que suplicando miraban,
y esa noche jué el senserro
la canción que a l’alborada,
buscando el cura del pueblo
dos corazones yevaba…
Y eso es todo, aura, ya estamos.
Puede echar mano a sus armas,
pero antes quiero paisanos
que si me toca la mala,
se ayegue alguno hast’un rancho
que hay pasando la lomada,
ande eya estará esperando
con el cachorro en la falda,
y diganlé… qu’el cabayo
me apretó en una rodada…”
“-No hará falta ese
mandao
-dijo entonces Don
Rosendo-
con las armas que has
peliao
ni ataco ni me
defiendo;
por gaucho lo he
perdonao
y usté, m’hijo… ¡hará
lo mesmo!”
Y los dos emocionados
entre aplausos de
contento,
se quedaron abrazados
lagrimeando, suegro y
yerno!
Versos de Pedro
Boloqui
No hay comentarios:
Publicar un comentario