domingo, 30 de junio de 2013

ROMANCE DEL ÚLTIMO POSTILLÓN

1
Hoy quiero escribir mis versos
para un viejo cuarteador.
Hoy canto a Pedro Lucero
cuarenta años postillón
de la galera que corre
entre Dolores y Ajó.

2
Nacie como él conocía
las trampas del cañadón;
el paso donde emboscaba
el carcahuezal traidor;
el aguazal que se hace hoyas
al peso del carretón;
la encrucijada engañosa
para el ojo no avizor;
en el bajo de “La Estrella”
qué huellas oreaba el sol;
cual vado era en la “Cañada
de Fernández”, el mejor.

¡Piloto de atascaderos
Capitán del cañadón!

3
Ninguno como él intuía
-según se ocultara el sol-
si habría heladas en la noche,
si caería chaparrón,
o si se desataría
el pampero bramador.
Ninguno con más baquía
que él la galera cuarteó;
en la hondonada, el estero,
el pajonal y el zanjón.
Y de su mano la palma
no la conoció mejor
que aquel infierno de barro
desde Conesa hasta Ajó.

¡Capitán de encrucijadas
Piloto del cañadón!

4
Fue el Tuyú todo su mundo,
nunca al Tuyú dijo adiós,
y en el Tuyú moriría
quien en el Tuyú nació.
A lo largo de su vida
no fue más que postillón
(por eso no tuvo un rancho
ni en amores se perdió).
La dureza de su vida
le hizo duro el corazón.
Pasó cantando la dicha;
cantando pasó el amor
pero él… cerró sus oídos
a la mágica canción.
Y cuando al final, un día,
su soledad le advirtió
que su vida era un desierto
donde nunca abrió una flor,
y que la noche crecía,
tras de la puesta del sol;
¡ya estaba lejos la dicha
y estaba ausente el amor!

¡Atalaya de andurriales
Piloto del cañadón!

5
¡Ha muerto Pedro Lucero…!
La nueva cundió veloz
por el talar y el repecho,
el atajo y el hondón;
por lomadas y gredales,
desde Dolores a Ajó.
Y a coro la repitieron
el tero en el albardón,
la gaviota en el barranco
y el chajá sobre el altor.
Que en el Tuyú moriría
quien en el Tuyú nació.

6
¿Qué hacés ahora…? En el cielo
también eres postillón
de una galera, que guías
montado sobre un veloz
potrillo alado, que tiene
pelaje de luna y sol.
Llevas una carga de ángeles
-como hostias en su copón-
entre celajes y estrellas
y palomas del Señor.
Y hábilmente la conduces
por las praderas de Dios
como aquella otra galera
por los fangales de Ajó.

¡Piloto de atascaderos
Capitán del cañadón!
                              (aprox. 12/1959)


Versos de Ismael Dozo

miércoles, 19 de junio de 2013

ROMANCE DE LOS HERMANOS VALIENTE

I
Los tres hermanos Valiente,
los tres a la misma hora,
murieron el mismo día
naciendo para la gloria.
Atados a su destino
como por la misma soga,
rodaron hacia la muerte
juntos, como boleadoras…
Los tres hermanos Valiente,
los tres a la misma hora.

Diez leguas en una hebra
subiendo y bajando lomas,
buscando amparo en el monte
va una partida en derrota,
huyendo de otra partida
galopa que te galopa.

Pocos huyendo de muchos
-ya lo sabemos de sobra-,
si los muchos fueran menos
eso sería otra cosa:
se mojarían las lanzas
hasta manchar las virolas.

Pobres los que van huyendo
rezagados a la cola,
esos entran a la muerte
bajo las espadas corvas.

¡Ay, caballo de los gauchos
baquiano en bajos y lomas,
si eres la mitad del triunfo
eres todo en la derrota!

II
Pocos huyendo de muchos,
partida grandes y pequeña,
no pasan de diez los pocos
ni los muchos de cincuenta.
A varios “tiros de bola”
un grupo a otro se acerca;
los que huyen bajan las lanzas
arrastrándolas por tierra
para que las boleadoras
primero se aten en ellas.

Un negro se “corta solo”
de la gran partida, y echa
a bolar las “Tres marías”
en redor de su cabeza.
Giran las bolas de a dos;
la chica en la mano diestra;
el negro describe un halo
sobre si mismo, de piedra;
las arroja hacia delante,
y las bolas, dando vueltas,
en las patas de un tubiano
desprevenido se enredan.

Tubianito colorado,
ya estás acostado en tierra;
el gaucho que te montaba
salió “pisando la oreja”;
mas poco le valió ser
“parador” en la pelea,
porque pronto entró a la muerte
sin palabra y sin cabeza.

III
Los cuatro hermanos Valiente
salieron a hacer la guerra
armados de su apellido
más que de lanza guerrera.
Tres de los cuatro cabalgan
en la partida pequeña;
el cuarto no entró en batalla
aunque bien lucha en pelea;
tres de los cuatro galopan
en el grupo de mis mentas.

De los tres uno va herido,
tan herido que “se queda”,
y sujetando el caballo
en la silla se atraviesa,
que aunque tiene el alma viva
ya siente la carne muerte.
El caballo se desvía
por momentos de la senda,
y el mozo, sobre los pastos
soltando las crines rueda.

Un hermano que lo ha visto,
su pingo al punto sujeta:
“-Juí nomás que no hay remedio
(le grita el que yace en tierra);
solo nací, solo muero;
juí, que de no, te degüeyan”.
Entonces el bravo hermano
de aqueste modo contesta,
contestación sin palabras
que al nacer ya nació muerta:
le quita el freno al caballo,
y en las ancas lo golpea
con un golpe de oro y plata
que sonó en toda la tierra,
y junto al hermano herido
-el facón digno en la diestra-
“haciendo la pata ancha”
a la partida así espera.

Ojos que vieron el caso
vieron lo que nadie viera;
al lugar del episodio
llegó la partida aquella
cabalgando en el asombro
-pingo al que no tiran riendas-.
Un alma elegida y guapa
va a jugar en una apuesta
su vida contra otras vidas;
uñita contra cincuenta.
¡Ojos que vieran el caso
vieron lo que nadie viera!

El viento pliega las alas
en medio de su carrera;
los cerros guardan silencio
como parando la oreja;
las aves cierran el pico;
el arroyo no arroyuela;
no quieren perder un punto
de la sin igual pelea.
El mozo los ha esperado
a la clásica manera:
noble facón en la mano;
poncho arrollado en la izquierda;
ojos que ven todo chico
porque miran con fiereza,
y en el lado del coraje
conectaron sus arterias.

Seis o siete solamente
han echado pie a tierra
sintiéndose con derecho
de cobrar aquella cuenta;
y todos creen que son uno
contra otro, en su ceguera.
Los demás de la partida
-que para el caso es inmensa-,
sabiendo de sobra que
con lo duro de sus almas
le han hecho corral de piedra.

Le han tirado varios tajos
y uno por uno contesta;
aquello es un remolino
de aceros, ponchos, melenas.
Cuando se juega una vida
de tan hermosa manera,
yo creo que hasta la muerte
si no recula, respeta.

Se oye en eso un gran galope
y un grito que los manea;
y en un borbollón de espuma
-crines, aceros y tierra-
aparece el otro hermano
y abre cancha en la contienda.

Los dos hermanos se juntan
espalda y espalda quedan,
parando en esgrima ruda
golpes a diestra y siniestra.

Entonces sí, los mirones
rompen el cerco de piedra
y a la yunta de valientes
por cuatro lados lancea.

El que había sido herido
en medio de la carrera,
el cual rodó del caballo
y hace rato finca en tierra,
se va yendo de la vida
con la rabia y con la pena,
de ser tres para la muerte
y dos para la pelea.

Los tres hermanos Valiente,
Los tres a la misma hora.
Murieron el mismo día
naciendo para la gloria.
Atados a su destino
como por la misma soga,
rodaron hacia la muerte
juntos, como boleadoras.
IV
Y dice la tradición
que aún está viva en los ranchos,
que cuando a los tres valientes
los estaban enterrando,
llegó un gaucho al gran galope,
se desmontó del caballo,
e inclinándose hacia el surco
con el sombrero en la mano,
dijo con voz altanera
y algo temblones los labios:

“Están enterrando a tres
pues no estábamos los cuatro”.

Versos de Fernán Silva Valdes (1887 / 1975)
                       (uruguayo)

sábado, 15 de junio de 2013

LA CARRERA

1
Nace una tarde estival
de embriagadora hermosura,
y la luz del sol fulgura
como encendido cristal;
entre un monte y un maizal,
más rubio que el sol del día,
ostenta una pulpería
los hierros de su ventana,
que con hojas se engalana
y con flores se atavía.
2
Del maizal al arbolado
hay un sendero, en que crece
un viejo ombú que parece
pajarera en despoblado,
donde el viento embalsamado
por la pasionaria en flor,
al quebrarse en el verdor
gime con son lastimero,
y donde anida un boyero
que es un soberbio cantor.
3
En la tarde de aquel día
se agita, de gauchos llena,
con rumores de colmena,
la campestre pulpería;
bajo la enramada umbría
que dulce sombra le dá,
el mate corriendo está,
está la taba rodando,
y una guitarra trinando
con arpegios de sabiá.
4
Una morocha encantada,
cuya vista es acicate,
templa lo amargo del mate
con la miel de su mirada;
linda diamela brotada
en la zona del pampero,
es tan suave y hechicero
su perfume soberano,
que se para sobre el llano
para mirarla, el crucero.
5
Le prodiga la reunión
esa lisonja elocuente
que hace vibrar dulcemente
las cuerdas del corazón;
pero ella, cuya pasión
esconderse no procura,
cuando alaban su hermosura
vuelve la vista, bizarra,
al que tañe la guitarra
bajo la enramada oscura.
6
Un zambo, de tez curtida
por el sol de la pradera,
y que a la moza hechicera
habla con frase atrevida,
llegándose con fingida
indiferencia orgullosa,
a un “alazán” que reposa
junto al joven guitarrero,
dice: “-Le corre mi ‘overo’
a esta rapidez famosa”.
7
“-Si la cola es de su agrado,
no pudo elegir mejor”,
responde alegre el cantor
al mirarse desafiado;
responde el otro, enconado,
con brusco y torvo ademán,
vengando en el “alazán”
los celos devoradores
que le inspiran los amores
del guitarrero galán.
8
Ya la reunión, dividida,
titubea entre el “overo”
y el “alazán”, que es ligero
como un soplo en la partida;
con la mirada encendida
por un reflejo infernal,
muestra el zambo a su rival
el “overo” de que trata,
que es un arroyo de plata
de la testera al pretal.
9
“-La daga que mucho brilla
no es la que corta mejor”,
dice sonriendo el cantor,
y el “alazán” desensilla;
sale, después, la cuadrilla,
hasta dar con el sendero,
miden el campo, y ligero
como avestruz asustado,
arranca el zambo el recado
de los lomos del “overo”.
10
El sol, con ráfagas llenas,
pinta de rojo la altura,
y su reflejo fulgura
en las grandes nazarena;
la miel hierve en las colmenas,
el moscardón en la umbría
se embriaga con la ambrosía
de la flor envuelta en llamas,
y el lagarto sus escamas
tuesta en el horno del día.
11
De sol el hirviente lloro
cayendo a plomo del cielo,
del “alazán” en el pelo
brilla con cambiantes de oro;
y cuando el casco sonoro
del lindo flete, golpea
del campo de la pelea
la superficie agrietada,
la gramilla maltratada
como quejándose, humea.
12
Al fin “alazán” y “overo”,
haciendo crujir la rienda,
dan en copiar la contienda
de la nube y el pampero;
parten con empuje fiero
como salto de felino,
y se estremece el camino
por donde sus sombras van,
que es un rayo el “alazán”
y el “overo” un torbellino.
13
Poco el combate duró,
que en su frenética huida
la nube de oro vestida
más que el huracán corrió;
el paisanaje aplaudió,
mientras rojo de fiereza,
y sin volver la cabeza
ni sujetar al overo
se hundía el zambo ligero
en la cercana maleza.
14
Con bulliciosa alegría,
abandonando el camino,
torna el grupo campesino
a la agreste pulpería;
bajo la enramada umbría
que amustia la luz solar,
vuelve el mate a circular,
vuelve la taba a correr,
y la guitarra a tañer,
y el payador a cantar.
15
Al fin, con pausado vuelo,
cuelga la noche callada
su vestidura enlutada
por los confines del cielo;
pero rasgando su velo,
la faz de la luna asoma
sobre la desierta loma
y sobre el campo florido,
que queda blanco y dormido
como una inmensa paloma.
16
Entonces, al trote lento
del “alazán” vencedor,
y acariciado el cantor
por amante pensamiento,
cruza el llano cuyo aliento
huele a trébol perfumado,
y del bosque enmarañado
entre los troncos se pierde,
bajo el cortinaje verde
por la luna plateado.
17
De pronto, tras un cipó
que rastrero el monte alfombra,
se alzó del zambo la sombra,
y un reto a muerte se oyó.
“-Nadie al ñudo me espero”,
dice altivo el guitarrero,
y descabalgando fiero,
su daga, que al aire brilla,
hace chispear la cuchilla
del corredor del “overo”.
18
Con el aliento agitado,
ágil el brazo nervudo,
y convertido en escudo
el poncho, a tientas doblado,
los dos, con empeño airado,
giran en danza infernal,
chocan puñal a puñal,
se embisten con rabia ciega,
luchan y caen en la brega
arrastrando a su rival.
19
Solo el payador se alzó,
de roja sangre cubierto,
y la luna sobre el muerto
su blanca lumbre tendió;
raudo galope se oyó,
quedó mudo el bosque umbrío,
lentamente en el vació
las estrellas se apagaron,
y las aves despertaron
entre guardas de rocío.

Versos de Carlos Roxlo (1861 / 1926)

                   (uruguayo)

viernes, 14 de junio de 2013

MI TAPERA

Entre los pastos tirada
como una prenda perdida,
en el silencio escondida
como caricia robada,
completamente rodeada
por el cardo y la flechilla
que, como larga golilla
van bajando la ladera,
está una triste tapera
descansando en la cuchilla.

Allí, en ese suelo, fue
donde mi rancho se alzaba,
donde contento jugaba,
donde a vivir empecé;
donde cantando ensillé
mil veces el pingo mío,
en esas horas de frío
en que la mañana llora
cuando se moja en la aurora
con el vapor del rocío.

Donde mi vida pasaba
entre goces verdaderos,
donde en los años primeros
satisfecho retozaba,
donde el ombú conversaba
con la calandria cantora,
donde noche seductora
cuidó el sueño de mi cuna
con un beso de la luna
sobre el techo de totora.

Donde resurgen valientes,
mezcladas con los terrones,
las rosadas ilusiones
de mis horas inocentes,
donde delirios sonrientes
brotar a millares vi,
donde palpitar sentí,
llenas de afecto profundo,
cosas chicas para el mundo
pero grandes para mí.

Donde el aire perfumado
está de risas escrito,
y donde en cada pastito
hay un recuerdo clavado;
tapera que mi pasado
con colores de amapola
entusiasmada enarbola,
y que siempre que la miro,
dejo sobre ella un suspiro
para que no esté tan sola.

Versos de Elías Regules
                  (uruguayo)