I
Los
tres hermanos Valiente,
los
tres a la misma hora,
murieron
el mismo día
naciendo
para la gloria.
Atados
a su destino
como
por la misma soga,
rodaron
hacia la muerte
juntos,
como boleadoras…
Los
tres hermanos Valiente,
los
tres a la misma hora.
Diez
leguas en una hebra
subiendo
y bajando lomas,
buscando
amparo en el monte
va
una partida en derrota,
huyendo
de otra partida
galopa
que te galopa.
Pocos
huyendo de muchos
-ya
lo sabemos de sobra-,
si
los muchos fueran menos
eso
sería otra cosa:
se
mojarían las lanzas
hasta
manchar las virolas.
Pobres
los que van huyendo
rezagados
a la cola,
esos
entran a la muerte
bajo
las espadas corvas.
¡Ay,
caballo de los gauchos
baquiano
en bajos y lomas,
si
eres la mitad del triunfo
eres
todo en la derrota!
II
Pocos
huyendo de muchos,
partida
grandes y pequeña,
no
pasan de diez los pocos
ni
los muchos de cincuenta.
A
varios “tiros de bola”
un
grupo a otro se acerca;
los
que huyen bajan las lanzas
arrastrándolas
por tierra
para
que las boleadoras
primero
se aten en ellas.
Un
negro se “corta solo”
de
la gran partida, y echa
a
bolar las “Tres marías”
en
redor de su cabeza.
Giran
las bolas de a dos;
la
chica en la mano diestra;
el
negro describe un halo
sobre
si mismo, de piedra;
las
arroja hacia delante,
y
las bolas, dando vueltas,
en
las patas de un tubiano
desprevenido
se enredan.
Tubianito
colorado,
ya
estás acostado en tierra;
el
gaucho que te montaba
salió
“pisando la oreja”;
mas
poco le valió ser
“parador”
en la pelea,
porque
pronto entró a la muerte
sin
palabra y sin cabeza.
III
Los
cuatro hermanos Valiente
salieron
a hacer la guerra
armados
de su apellido
más
que de lanza guerrera.
Tres
de los cuatro cabalgan
en
la partida pequeña;
el
cuarto no entró en batalla
aunque
bien lucha en pelea;
tres
de los cuatro galopan
en
el grupo de mis mentas.
De
los tres uno va herido,
tan
herido que “se queda”,
y
sujetando el caballo
en
la silla se atraviesa,
que
aunque tiene el alma viva
ya
siente la carne muerte.
El
caballo se desvía
por
momentos de la senda,
y
el mozo, sobre los pastos
soltando
las crines rueda.
Un
hermano que lo ha visto,
su
pingo al punto sujeta:
“-Juí nomás que no hay remedio
(le
grita el que yace en tierra);
solo nací, solo muero;
juí, que de no, te degüeyan”.
Entonces
el bravo hermano
de
aqueste modo contesta,
contestación
sin palabras
que
al nacer ya nació muerta:
le
quita el freno al caballo,
y
en las ancas lo golpea
con
un golpe de oro y plata
que
sonó en toda la tierra,
y
junto al hermano herido
-el
facón digno en la diestra-
“haciendo
la pata ancha”
a
la partida así espera.
Ojos
que vieron el caso
vieron
lo que nadie viera;
al
lugar del episodio
llegó
la partida aquella
cabalgando
en el asombro
-pingo
al que no tiran riendas-.
Un
alma elegida y guapa
va
a jugar en una apuesta
su
vida contra otras vidas;
uñita
contra cincuenta.
¡Ojos
que vieran el caso
vieron
lo que nadie viera!
El
viento pliega las alas
en
medio de su carrera;
los
cerros guardan silencio
como
parando la oreja;
las
aves cierran el pico;
el
arroyo no arroyuela;
no
quieren perder un punto
de
la sin igual pelea.
El
mozo los ha esperado
a
la clásica manera:
noble
facón en la mano;
poncho
arrollado en la izquierda;
ojos
que ven todo chico
porque
miran con fiereza,
y
en el lado del coraje
conectaron
sus arterias.
Seis
o siete solamente
han
echado pie a tierra
sintiéndose
con derecho
de
cobrar aquella cuenta;
y
todos creen que son uno
contra
otro, en su ceguera.
Los
demás de la partida
-que
para el caso es inmensa-,
sabiendo
de sobra que
con
lo duro de sus almas
le
han hecho corral de piedra.
Le
han tirado varios tajos
y
uno por uno contesta;
aquello
es un remolino
de
aceros, ponchos, melenas.
Cuando
se juega una vida
de
tan hermosa manera,
yo
creo que hasta la muerte
si
no recula, respeta.
Se
oye en eso un gran galope
y
un grito que los manea;
y
en un borbollón de espuma
-crines,
aceros y tierra-
aparece
el otro hermano
y
abre cancha en la contienda.
Los
dos hermanos se juntan
espalda
y espalda quedan,
parando
en esgrima ruda
golpes
a diestra y siniestra.
Entonces
sí, los mirones
rompen
el cerco de piedra
y
a la yunta de valientes
por
cuatro lados lancea.
El
que había sido herido
en
medio de la carrera,
el
cual rodó del caballo
y
hace rato finca en tierra,
se
va yendo de la vida
con
la rabia y con la pena,
de
ser tres para la muerte
y
dos para la pelea.
Los
tres hermanos Valiente,
Los
tres a la misma hora.
Murieron
el mismo día
naciendo
para la gloria.
Atados
a su destino
como
por la misma soga,
rodaron
hacia la muerte
juntos,
como boleadoras.
IV
Y dice
la tradición
que
aún está viva en los ranchos,
que
cuando a los tres valientes
los
estaban enterrando,
llegó
un gaucho al gran galope,
se
desmontó del caballo,
e
inclinándose hacia el surco
con
el sombrero en la mano,
dijo
con voz altanera
y
algo temblones los labios:
“Están
enterrando a tres
pues
no estábamos los cuatro”.
Versos
de Fernán
Silva Valdes (1887 / 1975)
(uruguayo)
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