lunes, 8 de abril de 2024

INDIO

 Gigante colosal de los olvidos.

Memoria transitada de los vientos.

Dónde quedó tu nombre demorado…?

Tal vez, en el umbral de los silencios.

 

Por qué calles de tardes estivales

Atahualpa rodeado de misterios,

sumó llantos de todas las comarcas

cuando Manco Capac gritó su tiempo…?

 

Allá viene la estrella Viracocha

por la orilla celeste del imperio

cruzando continentes soledosos

bajo la Cruz del continente nuestro.

 

En cada amanecer crecen los gritos

cuando la tierra se transforma en pecho.

Juan Calchaquí despierta por los valles

al hombre de las razas que no han muerto.

 

Desde el fondo sonoro de la pampa

Calfucurá desata los desiertos

Y una hoguera de sangre los convoca:

Pincen y Yanquetruz van hacia adentro.

 

Y la tierra detrás del horizonte

inflamada de pájaros y cielo

en soledad más líquida del campo

se abraza desmayada contra el viento.

 

Allá vienen torrentes de su sangre

por el cauce ventral de los desiertos

en declives de cielos demorados

nombrándote detrás del cautiverio.

 

En el perfil dormido de la noche

cuando crece la lluvia de los tiempos,

un triángulo de luz, moja la luna

nativa alfarería del sendero.

 

Y América, vergel tendido en mapa

te guardará celosa entre los sueños.

Por territorios de hombres milagrosos

camina prolongado tu recuerdo.

 

Versos de Alfredo Amancio Varela

sábado, 17 de febrero de 2024

EL OTRO ADIÓS

 Juntando las palabras que dicen haberle

oído a Don Segundo cuando velaban los

restos de Güiraldes con aquella

inolvidables del fin de la novela:

 

“-Bueno m’hijo”, le oyeron al momento

del adiós, en el último visaje

y entre gente ilustrada y paisanaje

se alejó, más dolor que pensamiento.

 

Casi arrastrando al paso su rebenque

lo vio llegar el alazán, atado

allí, donde un rincón del alambrado

fue en esa tarde ocasional palenque.

 

Llevó la mano al tuse, su mirada

volvió al campo estribando, y de repente

tuvo ante sí otra vez la dilatada

 

llanura, y se fue yendo lentamente

tranco a tranco, detrás de la lomada

como quien se desangra”, nuevamente.

 

Versos de Rubén “Basko” Iriart

martes, 29 de agosto de 2023

EL MISACHICO

 Anduvieron todo el valle,

trepar los cerros les toca.

Los coyas del misachico

mascan leguas en su coca.

 

Con su sombrero redondo,

desfilando por la puna,

mustios y tiesos, parecen

habitantes de la luna.

 

Un coya el violín degüella,

la voz se va adelgazando,

y hasta no verla morir

lo seguirá degollando.

 

Mientras la caja repite

con su golpear obstinado:

“haré un cajón, un cajón

para el violín degollado”.

 

Las mozas y hasta las viejas

-es tan seco el altiplano-

visten de verde y de rojo

como inventando el verano.

 

El santo también es coya,

la cara de asombro y cobre.

¡Quién lo ha de ver milagroso

con su ponchito tan pobre!

 

El santo indio les permite

detenerse en la meseta,

para que dejen la coca

encima de una apacheta.

 

La procesión va llegando,

no hay campana que lo indique,

aunque al final de la cuesta

los pechos ya son repique.

 

La polvareda de nubes

dice en el último pico,

que van entrando en el cielo

los coyas del misachico.

 

Versos de Julio César Luzzatto 

 (De Revista Nativa, 3er.bim/1955)

miércoles, 23 de agosto de 2023

CAMPO

 La luz busca el horizonte,

el aire aprieta el silencio;

un nuevo día amanece

nueva jornada en el tiempo.

 

Baja despacio la nube

y bebe en el campo abierto,

pajonal de soledades,

aliento de pasto fresco.

 

Abre su pecho la tierra

en un palpitar ya viejo

y se renueva en el surco

la esperanza del labriego.

 

Deja la fronda sonora

un canto hundido en el cielo

que se desgrana en estrellas,

lunares del firmamento.

 

El sol asoma su frente

por la tapia del regreso…

un nuevo día amanece,

nueva jornada en el tiempo…!

 

Versos de Alfredo Amancio Varela

miércoles, 9 de agosto de 2023

CABALLO CRIOLLO

 Pingo criollo que se va

perdiendo en la lejanía,

como lo vincha bravía,

el poncho y el chiripá.

Caballo criollo que está

tan unido a nuestra historia,

que no hay un girón de gloria

prendido a nuestra bandera,

en el cual él no estuviera

perpetuando su memoria.

 

De las pampas argentinas

has arrancado al galope,

para llegar hasta el tope

de las montañas andinas.

¡Y no hay valles, no hay colinas,

no hay río en tanta extensión,

que no haya temblado con

tu contextura de roble,

ni haya sentido el redoble

de tu brioso corazón!

 

San Martín mandó a degüello

en San Lorenzo, y decían

que los caballos mordían

en medio del atropello;

y así, cuando el casco el sello

puso del triunfo en la franca

victoria, por la barranca

que hace el caudal prisionero,

iba el laurel caballero

del pingo criollo en el anca.

 

Pringles se internó en el mar

para salvar la bandera

y cuentan que ni siquiera

su pingo intentó nadar…

Y así valiente, a la par

de una raza de hombres grandes,

hoy, antes que te desbandes,

como un murmullo en el viento,

para alzar tu monumento

pido una cumbre en los Andes.

 

¡Y habrás de estar noble y fuerte

en tu actitud consabida,

como estirando la brida

para enfrentarte a la muerte.

Y habrás de estar, si la suerte

otra vez no te desmedra;

y si el buril no se arredra,

sobre una cumbre escarpada,

convocando a tu manada

como un relincho de piedra!

 

Versos de Ramón Araya

(De Revista Nativa Nº 377/8 – 6/1955)

martes, 21 de febrero de 2023

YERRA CLÁSICA

           (compuesto)

                I

En la baraja del Tiempo,

sobre el oriente redondo,

la grácil mano del alba

viene orejeando el as de oros.

El campo se viste en luz

como quien se cuelga un poncho,

y va cosechando ‘teros’

el galope de los potros.

 

Los gallos, desde el ramaje

de un árbol frondoso y bajo,

castigan el aire frío

con el chirlo de su canto.

Tropilla de varios pelos

-cual de colores un ramo-

atados por el cencerro

como flores por un lazo,

cruzan, vivos, a lo lejos

la madrugada alegrando.

¡Velay la yegua madrina

de musical trote largo!

 

En los telares del aire

los troperos van bordando

el color de sus silbidos

como curvos garabatos;

y hacia el lugar del ‘rodeo’,

clásicamente marcado

por una gran piedra blanca,

-grano de sal sobre el campo-

van cayendo los vacunos

pisoteando su desgano.

 

Arde en el fogón en el resto

de otros fogones pasados;

el humo crece y se ensancha

hacia arriba, como un árbol;

ora se curva o se empina

en puntas de pie, afinado;

ora parece un suspiro

que al cielo le manda el campo.

 

Huele el pasto olor jugoso;

-mal herido, así es el pasto-

exhalando su dolor

en un grito perfumado.

Allá, a lo lejos, el cielo

se agacha como jugando

y se esconde tras la loma,

siempre joven y muchacho.

 

¡Quién me diera ser de cielo,

siempre eterno y azulado;

más que ser tierras, ser cielo:

cancha para andar los astros…!

 

                II

Las parejas de jinetes

cortan de a pieza el ganado,

sacándolo del rodeo

dando que hacer a los lazos.

 

¿Válgame Dios que es guampudo

el toro que me ha tocado;

éste bajó de la sierra

debe tener cinco años;

no me v’alcanzar la ‘armada’

y eso que mi lazo es largo!

 

La soga, flexible, traza

en el papel del espacio,

rúbricas del tiempo antiguo,

puro firulete y garbo.

 

-¡Toro, toro, toro, toro…!

grito espoleando el caballo;

¡velay! ya estuve con él:

me lo tragué con el lazo!

 

-¡Qué buche -grita una voz-

qué buche pa’ fiarle un trago!

y el toro sigue corriendo

como trueno por el campo.

 

               III

Campos de curvo desplace,

lomas de núbiles senos;

chasqui en verde y amarillo

al galopón largo y lento,

apuntando al horizonte

mestizo de tierra y cielo.

 

Campo pampa, pampa campo

-que todo es uno y lo mesmo-

y en esta pampa, la inmensa

flor animal del rodeo.

 

Un palitero de guampas

girando lerdo;

mancha de luz y clamor

en perpetuo movimiento;

una danza de pezuñas

bajo otra danza de cuernos.

 

Yerra: epopeya del lazo,

y del músculo, y del fierro;

inicial de propiedad

marcada a rojo en el cuerpo.

Olor a yuyo estrujado,

olor a tierra y a cielo;

a cuero transfigurado

en volutas de humo denso.

 

Mugidos de bestia al sol,

cielo estrellado de insectos;

lazos lazando las patas,

los cogotes o los cuernos;

cien jinetes entre nubes

de polvo, polen, estiércol;

voces de barba cerrada,

ásperos bigotes lentos

apuntados hacia abajo

como guampas hacia el suelo.

Blanca risa de banana

en la cara de los negros;

gritos de indio ululando

como víboras de fuego;

ponchos que agitan las alas

como caranchos en celo;

gran desorden ordenado

en ritmo de cuadro épico.

 

               IV

¡Velay! los lazos delgados

como bordonas de tiento,

y el pialador que se afirma

sentándose en el culero.

¡Velay! los finos ‘preparos’

de trenzados brasileros;

los tuses de cogotillo

y los ‘caballos del medio’.

 

¡Velay! las toscas estrellas

de las espuelas de fierro,

dándole al vulgar talón

categorías de cielo.

 

¡Velay! las nobles cabezas

y los cónicos sombreros

a los ñudos de la vincha

colgando tras el pescuezo.

¡Velay! las botas de potro

por las que asoman los dedos;

los chiripás de colores

l’anca del pingo cubriendo,

sin flores ni mojigangas

bordadas por los puebleros;

y velay por los facones

dormidos en plata y cuero,

en un extremo la Muerte,

y el Perdón en otro extremo.

 

                 V

A la ventana ovalada

de un pial, se asoma un becerro;

el hombre da una sentada,

el lazo se estira, tenso,

y el becerro que con

las patas vueltas al cielo.

 

-‘Valió trago’… jha, jha, jha…

pase el clarín –compañero-;

y un negro se empina el frasco

como ‘tocando a degüeyo’.

 

-A este colorado pampa

hágale lao, deme juego…

-juí jha, jha, jha, jha, jha, jha-

¡Ya lo pechó hasta el señuelo!

 

               VI

El aire se pone azul

de tan puro y de tan nuevo;

el aire se pone cárdeno,

en hornos de fuego lento.

 

Bajo las vinchas ceñidas

o abajo de los chambergos,

el pelo tufa y se torna

con el sudor, muy más negro,

para que se rompa el sol

sobre sus brillos de espejo.

 

Las bocas se sienten secas

y hacen gárgaras de fuego,

besando a la ‘virgen rubia’

que gorgea en los gargueros;

ansina se van templando

en heroicidad, los pechos,

empapados en un clima

trágico de fuerza y fierro;

alegre de campo limpio,

colmado de sangre en celo;

y todo está tan a punto,

todo tan dorado a fuego,

que cualquier chispa de encono

que caiga, al tocar el suelo

rebota, levanta llama,

¡y queda tendido un muerto!

 

Versos de Fernán Silva Valdés