Ya
casi todas las chatas
vencidas
se habían quedado…
Llegó
el camión, luego el tren
y
a su ciclo terminaron.
Pero
aquel tropero viejo
no
quiso bajar los brazos,
ni
levantar a las varas
en
actitud de descanso.
Con
su chata’e cuatro ruedas
seguí
como porfiando…
Es
que en su vida, ninguno
lo
vio una vez reculando.
Sus
mulas que estaban nuevas
no
sabían de cansancios;
y
decidió no aflojar
aunque
anduviera despacio;
porque
el carruaje ya no era
el
de los tiempos pasados,
crujían
mucho las camas
y
se aflojaban los rayos.
Y
para el colmo de males
los
herreros se cansaron;
y
ya no enllantaban ruedas,
estaban
acobardados.
Entonces
aquel tropero
a
su modo iba arreglando
con
más amor que baquía
todo
lo que iba fallando.
Él
no quería parar;
y
ese curtido trabajo
de
andar con carros y mulas
lo
hacía desde muchacho…
Otra
cosa no aprendió
pese
a tener muchos años.
Lo
vi salir una tarde
con
su chata para el campo…
al
paso de sus mulitas
que
no aflojaban un tranco.
El
tropero en la sillera
y
con el brazo en alto
hacía
sonar como cohetes
a
la sotera del látigo.
Llevaba
bastante carga…
Las
ruedas se iban quejando
y
pa’ llegar a destinos
e
le iba a poner muy bravo.
Y
así nomás ocurrió…
En
un guadal de esos blandos
se
le enterraron las ruedas;
las
mulas tanto tiraron,
que
se aflojaron las camas
y
se salieron los rayos.
La
chata quedó vencida
y
aquel tropero mentado
impotente
la miraba
con
los ojos lagrimeando…
Ese
era el último viaje.
Costaba
mucho pensarlo,
pero
lo cosa era así
y
tenía que aceptarlo…
Y
allí se quedó la chata
en
el silencio del campo,
con
la angustia de su dueño
y
el canto de algunos pájaros.
(1979)
Versos
de Elías
Chucair
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