En
las puertas de los ranchos,
en
el patio familiar,
las
chinitas de los campos
ponen
la nota jovial.
Sus
vestidos color cielo,
su
donaire, su reír
y
su frescura de huerto
son
encantos del vivir.
En
las tardes grises, frías,
acompañan
su matear
con
grasosas sopaipillas,
arrimadas
al hogar.
Concentradas,
reflexivas,
tienen
todas su querer;
hacia
el cielo siempre miran
fortaleciendo
su fe.
Sus
enormes ojos negros
nos
alumbran al pasar;
sus
cabellos son chapecas,
son
adornos sin igual.
Cuando
suena en la guitarra
el
estilo, el yaraví,
se
hace triste su mirada
en
un íntimo sentir.
Por
las zambas y las cuecas,
por
el gato y pericón
se
apasiona su alma ingenua
toda
dulzura, rubor.
Humildes
y pudorosas,
no
conocen la ciudad.
Igual
son todas sus horas
en
el rancho y el lugar.
Los
afeites no conocen
sus
caras que besó el sol,
cantadas
por payadores
pretensiosos
de su amor.
Canto
las dulces chinitas,
endulzaron
mi orfandad,
tiernas,
humildes, sencillas
cual
flores que el valle da.
Versos
de Armando
Herrera
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