El
traje overo picazo,
la
pata, el puón y el ojo,
todos
tres, del mismo rojo,
y
en la cara negro trazo.
Vive
a lo indio en el estero,
lleva
a lo gaucho la vincha,
con
una plumita pincha
y
se sujeta el sombrero.
Como
si un poncho invisible
del
hombro se le cayera
y
levantarlo quisiera
hace
u esguince risible.
Una
cuerpeada que pega
como
atajándose de
un
golpe que él solo ve,
pero
que nunca le llega…
Se
alimenta con “bichitos”,
anida
siempre en el suelo,
y
el blando ritmo del vuelo
lo
acompasa con sus gritos.
Más
el grito que acompasa
se
agudiza enloquecido
si
un intruso, junto al nido
donde
está incubando, pasa.
Grita
y, planeando seguro,
grandes
círculos describe
mientras,
alternos, exhibe
pecho
blanco y lomo oscuro.
Y
exagera la algarada
lejos
del sitio en que puso;
que
así despista al intruso
y
defiende la nidada.
En
invernal mañanita
de
escarcha o viento pampero,
en
su “teru”, “teru”, “tero”…
el
campo entero tirita.
Guardián
seguro y gratuito
que
día y noche vigila,
cuanto
ocurre lo ventila
de
inmediato con su grito.
Y
es más él, si se desvive
su
propio nombre anunciando,
y
parece que no vive
si
no se mata gritando.
Versos
de Juan
Burghi
Glorioso
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