Con
toda la caballada
y
el lujo de su aperaje
cruzó
despacio el paraje
la
última chata cargada.
Bajo
una tarde nublada
que
entristecía el paisaje,
pingos
de oscuro pelaje
cumplían
la misión ingrata
de
llevar aquella chata
haciendo
el último viaje.
A
ocho leguas de Navarro
paraje
de “El Sol de Mayo”
con
sus famosos caballos
entrenados
en el barro.
Vivía
un paisano bizarro
que
decía con acierto:
“-Después
que yo me haya muerto
tal
vez te echen al olvido…
querida
chata que has sido
hasta
hoy, “La luz del Desierto.”
Ese
nombre en la culata
y
en las barandas al tope
le
había escrito Don López
que
era el dueño de la chata,
y
que hoy ya nadie más ata
después
que tanto ha servido,
su
patrón, ya envejecido
partió
hacia el último puerto…
y
ya no alumbra el desierto
su
farolito encendido.
Que
fantástica visión
reflejaba
en la llanura
esa
colosal figura
a
la hora de la oración.
Ya
no se ve aquel fogón
de
biznaga y cinacina,
donde
un guiso se cocina
al
borde de algún camino,
ni
se escucha el peregrino
cencerro
de la madrina.
Entre
un tropel de camiones
don
López, seguía en su chata,
y
aunque ganó poca plata
no
soportaba patrones.
Tampoco
tuvo ilusiones
de
riquezas ni ambición;
solo
la noble intención
de
mantener victoriosa
esa
bandera gloriosa
de
la criolla tradición.
Tal
vez un día el gauchaje
-con
el pabellón al tope-
le
rindan a Eduardo López
y
a su chata, un homenaje.
Porque
eran para el paisaje
auténticos
atractivos,
tan
nuestros como exclusivos
igual
que el ombú en la pampa
y
adornaban con su estampa
los
horizontes nativos.
Hoy
entre cardos y espinas
-sin
motivos valederos-
en
los campos navarreros
se
van muriendo una ruinas.
Gloriosa
chata argentina
que
acarreara tanto peso,
hoy
duerme eterno receso
después
que fue su destino
llevar
por tantos caminos
todo
el fruto del progreso.
Dicen
que cuando el paisano
del
pago de “El Sol de Mayo”
largó
el último caballo,
lo
abrazó como a un hermano.
Y
luego mirando al llano
siente
que todo termina
y
humedece su retina
un
lagrimón que atropella…
y
nunca más a la huella
salió
la chata argentina.
Versos
de Ricardo
D. Lejarza
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