Lo
topé en el monte
sobre
un jaco negro,
las
barbas de quiscos,
de
jume el cabello,
la
tez de quebracho,
los
dientes muy recios,
los
ojos sombríos,
los
labios resecos
en
los que imploraba
la
sed del desierto.
Inmóvil
estaba
bajo
el sol de fuego
con
la pobre caza
atada
a los tientos:
dos
o tres quirquinchos
y
unos pichiciegos.
La
sombra del jaco
buscaban
sus perros,
galgos
puntiagudos,
largos,
esqueléticos,
de
hundidos hijares
y
patas de viento.
Entre
las jarillas
me
salió al encuentro;
la
sed en su boca
se
hizo mando y ruego.
Le
di yo me chifle
con
agua del cerro,
lo
llevó a su boca
de
labios resecos,
todo
tembloroso
de
gozo y de miedo.
Bebió
ávidamente
de
cara a los cielos,
hasta
que en sus manos
quedó
el chifle seco.
¡Nunca
vi unos ojos
de
mirar más bueno!
¡Nunca
oí palabras
de
más dulce acento!
Frescura
de ríos,
de
arroyos neveros,
de
huaycos y lluvias
sentí
yo en mi pecho.
La
luz, las montañas,
las
hierbas, el cielo,
mi
chifle vacío
llenaron
de nuevo.
En
mi alma cantaba
las
dicha del viento,
la
sombra del árbol
y
el agua del cerro.
Versos
de Alfredo
R. Bufano
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