Viene,
tajante, el grito del resero,
como
enancado al lomo de la tarde.
Viene
en arco broncíneo, es un alarde
que
en el aire galopa pendenciero.
Y
palpita la huella en el certero
latido
de la marcha. Y al emparde
de
ese andar y ese son entonces arde
el
bruñido contacto de febrero.
Toda
la clave, toda, de la pampa
se
descifra en el paso de la estampa
del
jinete, y el pingo, y el vacaje.
Y
su medida, abierta entre la arena
que
acuna el remolino, con la escena
pinta
el óleo pacífico y salvaje.
Versos
de Miguel
Iribarne
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