Se
despierta la alborada
tras
de la sierra dormida,
la
noche como aturdida
emprende
su retirada;
despliega
el sol su mirada
se
alza en el cielo y bosteza,
y
en la radiante belleza
de
sierra, llanura y río,
en
su radiante albedrío
el
día se despereza.
Quema
sus soles enero
sobre
un paisaje dorado
y
el sol la plana ha copado
calcinándolo
al estero;
divide
en dos el potrero
el
camino silencioso,
el
pajonal en reposo
parece
esperar sin prisa,
que
se levante la brisa
con su soplo misterioso.
Luego
el sol sin más alarde
duerme
perpendicular
antes
que entre a caminar
por
la cuesta de la tarde;
el
campo parece que arde
bajo
un medallón de oro
dormido
poro por poro;
y
con un tranco cansino
se
va parando el molino
con
su traquetear sonoro.
Extiende
su sombra el monte
y
el sol en el alto cielo
va
encaminando su vuelo
al
perfil del horizonte;
llegan
sombras en apronte
entre
unas nubes barcinas,
y
en las lejanas colinas
se
asemejan a un dibujo
el
encantador embrujo
de
un vuelo de golondrinas.
La
noche estiró su cruz
de
plata en el negro velo,
sus
linternas sobre el suelo
alzan
los bichos de luz,
y
como se abre un capuz
invade
la noche bruna
un
tenue rayo de luna
que
va agrandando el reflejo
sobre
del plateado espejo
que
le ofrece la laguna.
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