Desde
la verde extensión,
montando
un brioso alazán,
el
paisanito Julián
enfila
hacia el callejón.
En
su pecho una ilusión
acaricia
con empeño,
porque
anhela ser el dueño
de
una morena preciosa
que
se muestra desdeñosa
y
por ella perdió el sueño.
Cuando
el pingo escarceador
va
repechando la loma,
ve
que en la tranquera asoma
la
que le robó su amor.
Sonriendo
esta el campo, en flor,
cuando
él le cuenta sus cuitas,
mientras
que las margaritas,
al
paso de aquella moza,
al
saberla tan hermosa
parecen
quedar marchitas.
Ante
la presencia de ella
él
dijo, en tono profundo:
“Sería el más feliz del mundo
si me alumbrara tu estrella”.
La
moza, tímida y bella,
le
contestó, emocionada:
“Aunque tu expresión me agrada,
comprometerte no quiero…
el hijo del estanciero
me tiene atemorizada”.
Apareció
el estanciero;
con
gesto tan provocante
que
resbaló en un instante
de
la cintura, el acero.
Sereno,
en el trance fiero,
ante
el ataque inhumano,
su
cuerpo, ágil y baquiano,
esquiva
la puñalada…
y
le hace saltar la espada
de
un rebencazo, el paisano.
Viendo
la mano abatida
y
a su rival confundido
le
dijo: “Soy bien nacido
y le perdono la vida”.
Y la
moza, decidida
por
el amor de Julián,
con
cariño y con afán
no
desdeñó sus halagos
y
se fue, para otros pagos
en
la cruz del alazán.
Versos
de Roberto
Mario Ayrala
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