Fue
viento del desparramo
de
una existencia indomable,
(porque
no nace arrendable
quien
no quiere tener amo).
Nunca
supo del reclamo
miserando
de un mendrugo,
no
pudo atarlo a un palenque,
y
rebelde a lonja y yugo
la
soberbia de un rebenque
ni
la inquina del verdugo.
Mezcla
de indio y de Quijote
mostró
sin vuelta ni truco,
que
la razón del trabuco
no
le humillaba el cogote.
Y
al guapear, no para azote
sino
para bien de todos,
la
hidalguía fue en sus modos
por
ley de sus sentimientos,
boleó
a los cuatro vientos
de
libertad sin apodos.
Señor
de la soledad
de
la gran pampa argentina,
dejó
su rancho y su china
para
sembrar libertad.
Y
si no quiso heredad,
su
sangre bastó a su brazo
para
dejar tras su paso,
con
la vida por ofrenda,
¡la
epopeya y la leyenda
desde
el Plata al Chimborazo!
Después,
leal por principio,
volvió
con la frente altiva:
¡la
patria por siempre viva!...
…que
lo demás, solo es ripio.
Y
abrió huella el municipio
y
campeó vallas de alambre,
para
su fuero y su hambre
peón
de la vida a destajo…
¡Y
así dio flor el trabajo
a
su orgullosa raigambre!
Y
aunque ahora se lo evoca
como
un arquetipo humano,
el
viejo gaucho del llano
no
ha muerto… ni se sofoca.
Para
él, la historia es poca:
¡no
lo arredra un entrevero!...
que
si resuella el pampero
y
lo llama la Argentina,
¡se
le ha de ver con la china
en
el anca de un overo!
Flameando
como bandera
de
un tiempo ya legendario,
arde
siempre en sagrario
del
alma que lo venera.
No
queda ni la tapera
de
su vieja pulpería,
más
vive en la poesía
de
la añeja tradición…
¡Y
es sangre del corazón
que
late en la pampa mía!
Versos
de Eduardo
Luis D’Agostino (Benito Juárez)
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