Meditabundo
celaje
pinta
todo los confines
y
aparecen macachines
retozando
en el follaje.
Salpican
sobre el paisaje
las
matas de mío-mío,
miran
al sol con desvío
las
gramillas que se encrespan
y
los sauces se refrescan
con
el hálito del río.
A
la sombra del alero
está
solita y sentada
una
morocha brotada
entre
el perfume campero.
Toca
con golpe certero
las
cuerdas del instrumento;
y
reflejando en su acento
sus
más limpias emociones,
tira
rurales canciones
rellenas
de sentimiento.
Allí
van entrecruzadas
en
tristes y vidalitas,
calandrias
y margaritas
rancherías
y cañadas.
Aunque
saltan dispersadas
y
en completa confusión,
salen
con tanta pasión
que
retrata con anhelo
un
pedacito de suelo
plantado
en el corazón.
¡Qué
hermosa! ¡Qué linda está
esa
trigueña cantora
con
su frescura de aurora
y
entonación de sabiá!
Es
flor de burucuyá
que
donde toca se aferra,
es
un clavel de la sierra,
es
cuadro sobresaliente
esa
morocha que siente
las
cositas de su tierra.
Versos
de Elías Regules
(Supl.
N° 7 de “Lo Que Canta El Pueblo”, 8/10/1924)
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