La
vida tiene veinte años,
es
mujer y huele a vicio;
se
la juega porque sí
quien
se ríe del destino.
La
muerte está en la botella
y
el cuchillo está en el cinto.
Con
en el luto en las espaldas
y
el presagio en el silbido,
borracho
de norte y soles
por
los montes y caminos
dando
tumbos anda el viento
como
un mocetón perdido.
La
muerte está en la botella
y
el cuchillo está en el cinto.
Por
sombras de los palmares
vienen
rencores dormidos.
Marte
le tiende a la luna
su
fino puñal rojizo.
La
veleta del boliche
mira
al sur con su gallito.
Una
cordiona sombría
estruja
un son campiriño
y
allá salta un sapukai
como
un borbotón de vino.
La
noche está traspasada
por
una urdimbre de filos;
las
estrellas son pupilas
brillantes
de maleficio.
Dos
payés miden su fuerza
bajo
el abrazo del cinto
y
en el boliche se encienden
candiles
de desafío.
La
muerte pasó a las copas,
de
las copas al cuchillo,
ocho golpes, cuatro cruces
que
ruborizan el piso…
buscó
un simple porque si
para
clavarle el colmillo
y
se cuaja de amapolas
sobre
dos pechos macizos.
(Por
la puerta del boliche
se
va el viento enmudecido
pisando
los tibios ceibos
de
los coagulados ríos).
Dos
payés contra arma blanca
se
quedaron ateridos;
los
palenques se prolongan
hacia
el cielo como cirios;
la
Luna devuelve a Marte
su
fino puñal rojizo
y
la muerte en la botella
sigue
pidiendo cuchillos.
Versos de Osvaldo
Sosa Cordero
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