Se
eleva el arco de flores
y
ramitas coronado,
profusamente
adornado
con
banderas de colores;
desfilan
los corredores
en dos
bandos divididos,
y los
pingos engreídos
se
encabritan y escarcean
y las
gentes vitorean
a sus
nombres preferidos.
Tremola
en unos la blanca
como
enseña de la hueste,
lucen
otros la celeste
no
menos altiva y franca
y,
palmeándoles el anca
a los
briosos redomones,
se
aprontan los mocetones
esperando
la señal,
que aguardan con ansia igual
un millar
de corazones.
Grita
sonoro el clarín,
y un
mocetón altanero
apronta
su parejero
como
diciendo ¡por fin!
Armonioso
retintín
hace la
“chafalonía”,
y cesa
la algarabía
cuando,
veloz, arremete
para no
asustar el flete
con la
ingente gritería.
Prende
su caricia el sol
en la
argolla reluciente,
que en
medio al arco pendiente
se
ornamenta de arrebol;
polvareda
tornasol
que a
empañar el cielo alcanza,
alza el
corredor que avanza
como
pisoteando abrojos,
llevando
en los negros ojos
centelleos
de esperanza.
Ya
cerca del arco apura
la ya
rápida carrera,
y salta
ágil y ligera
la
briosa cabalgadura;
resuena
la tierra dura
bajo el
continuo azotar
de los
cascos, que al golpear,
fingen
el sordo rumor
de un
redoble de tambor
bajo el
bosque secular.
Suelta
el rebenque lujoso,
a la
muñeca sujeto;
como
imponiendo respeto
alza el
brazo musculoso;
y
empuña franco y gozoso
la
varilla, recta y fina,
que le
ofreciera su “china”
para
esa misma corrida,
lindamente
guarnecida
con una cinta argentina.
Versos de Delio Panizza
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