Porque crecí retorcido
y espinoso como el tala,
se me ha antojado que el árbol
me reprsenta en sus ramas.
Algunos dirán seguro
que estorbamos en las pampas,
que la leña que brindamos,
no forma una buena brasa.
Que pa’ colmo en el invierno
parece que nos secaran,
porque se nos caen las hojas
y afeamos las barrancas.
Y otros más lamentarán,
por culpa de la alambrada,
que allí nos vamos salvando
de topadoras y de hachas.
Pero olvidan los cretinos,
que nuestra sombra ocultaba
la casa de los yaguares,
del querandí su morada.
Y no saben o no quieren
saberlo por si se espantan,
que nos quedamos sin hojas
pa’ que’l sol llegue a otras plantas.
Que le dimos hasta nombres
para saber dónde estaban,
si en el Talar de Pacheco
o en el pueblo de Los Talas.
Pero ha querido la suerte,
más que suerte una desgracia,
que nuestro nombre del inca
coincida con el que tala.
Porque talan y destruyen,
cada vez con mayor saña,
y no es lo mismo el que tala
que dejar de crecer un tala.
Tal vez un día recuerden
con algo de pena amarga,
que debajo del asfalto
hubo raíces de talas.
Que fuimos para las aves
abrigo, comida, casa,
y que en vez de criticarnos,
en el alba nos cantaban.
Y si queda alguna duda
que somos la misma raza,
prueben su fruto y verán
que era dulce nuestra alma.
Versos de Juan Carlos Chébez
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