Juntando las palabras que dicen haberle
oído a Don Segundo cuando velaban
los
restos de Güiraldes con aquella
inolvidables del fin de la novela:
“-Bueno m’hijo”, le oyeron al momento
del
adiós, en el último visaje
y
entre gente ilustrada y paisanaje
se
alejó, más dolor que pensamiento.
Casi
arrastrando al paso su rebenque
lo
vio llegar el alazán, atado
allí,
donde un rincón del alambrado
fue
en esa tarde ocasional palenque.
Llevó
la mano al tuse, su mirada
volvió
al campo estribando, y de repente
tuvo
ante sí otra vez la dilatada
llanura,
y se fue yendo lentamente
tranco
a tranco, detrás de la lomada
“como quien se desangra”, nuevamente.
Versos
de Rubén
“Basko” Iriart
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