sábado, 13 de marzo de 2021

EL SAUCE LLORÓN

 Es árbol decorativo

de estos mis valle sonrientes,

el que en los días sonrientes

hace fresco incentivo.

El señor inofensivo

que, en las noches misteriosas,

vela el sueño de las cosas

y está en la paz que se ahueca,

como imponiendo la mueca

de las sombras tenebrosas.

 

Guardián de cabellos lacios

al margen de las acequias,

donde su duelo de exequias…

lloran los buenos batracios:

no sueña con los palacios

ni aspira a ser elegido,

porque sabe que en el nido

menos vale, por el nombre,

ser protegido del hombre

que ser de Dios protegido.

 

Sabio en la gloria profunda

del vivir de la montaña,

vive inclinado a la entraña

de toda gleba fecunda;

y a la fuerza que lo inunda,

así, su copa votiva,

parece -melena viva-

la cabeza de un poeta

cuya remota silueta

guarda la tierra nativa!

 

En su alto y verdeante hechizo

juega una blanca memoria…

como confundida historia

de un existir impreciso;

por eso, bueno y sumiso

a pesar de sus templanzas,

turbado en sus remembranzas

finge, a los soplos del viento,

el descompaginamiento

de un gran libro de esperanzas!

 

Miraje fiel y real

que, por la marcha sin treguas,

consigue acortar las leguas

desde la villa natal;

es bien querido al final

del transitado sendero,

glauca luz del derrotero

y alma que allá en el retiro,

provoca el primer suspiro

del corazón del viajero.

 

Hospitalario sin clave

de rebuscadas teúrgias,

goza las dulces liturgias

de los amores del ave;

pues dice que ellas cabe

la suerte de nuevos dones…

y dueño de sus canciones

se juzga un místico abuelo.

Dichoso con el consuelo

de los alados pichones.

 

Jamás en su estancia estorba

ni envidia al florido alcor:

que siempre es el seductor

de la mirada más torva;

y aunque de espeso se encorva

como ensayándose en ruinas,

es, por sus gracias divinas,

mucho más noble y preclaro,

sin flores y sin amparo,

sin frutos y sin espina.

 

Quieto vigía en la aldea

de la viña y de los campos,

donde distiende sus lampos

del sol la grande presea;

nada ni a nadie desea

y, por su virtud eximia,

hasta permite la nimia

cita,  que en algún rincón,

desenfrena la pasión

con un dulzor de vendimia…

 

Rey mago del reino augusto

de las hierbas milagrosas,

de las flores olorosas

del árbol y del arbusto:

ninguno como él, vetusto

símbolo de soledad,

halla, en sagrada verdad,

mejor indulgencia franca

para beber en la blanca

fuente de la eternidad.

 

Suma el amigo árbol útil,

sabio guardián en la umbría,

hospitalario vigía

y rey del traje inconsútil;

por eso, sobre lo fútil,

su bella copa votiva

parece -melena viva-

la cabeza de un poeta

cuya remota silueta

guarda la tierra nativa!

 

Versos de Alberto G. Ocampo

No hay comentarios:

Publicar un comentario