Yo
también quisiera,
serranilla
guapa,
allí
entre las breñas
tener
mi cabaña.
Y no
bien despunten
las
luces del alba,
gustar
esa gloria
que
da la montaña.
Llegarme
a la vieja
capilla
serrana,
y
en su paz austera
decir
mi plegaria.
Guardar
los corderos
como
tú los guardas,
corriendo
tras ellos
por
valles y faldas.
Ir
así aspirando
la
agreste fragancia
que
brinda el poleo,
la
menta y la salvia.
Escuchar
las voces
del
hilito de agua,
y
tener cual ellas
cantarina
el alma.
Quien
busque allí amores
sabrá
que no engañan;
son
puros y firmes
como
sus montañas.
¡Ah!
¡Cómo te envidio!,
donosa
serrana.
¡Cómo
por tu vida,
mi
vida cambiara!
Nada
aquí perdura,
todo
es cosa vana;
la
ciudad nos deja
siempre
fría el alma…
Versos
de Lía
Gómez Langenheim
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