Igual
que un brazo gigante
el
monte tiende su sombra
y
sobre la verde alfombra
un
milagro palpitante,
el
cielo muestra radiante
su
hermoso collar de estrella,
la
noche apasible y bella
como
una novia coqueta,
tienta
escuchar su poeta
que
ha hecho un alto en la huella.
Y
desde el espacio altivo
sobre
el bordado del cielo,
parece
un blanco pañuelo
el
lucero, en tintes vivos.
Más
allá, como cautivo
secreto,
escapa ante mí
desde
el punto de una i
donde
la noche me agarra
con
un cielo por guitarra
de
un cordaje carmesí.
Como
una blanca paloma
que
ha desplegado sus alas
con
exuberantes galas
la
luna, su cara asoma.
En
su recorrida toma
cierta
altura y cruza airada,
y
en su despecho, enojada,
cubre
su rostro una nube
que
enérgicamente sube
por
la brisa despeinada.
En
su dimensión facial
se
hace dibujo la noche
como
el lírico derroche
de
un paisaje celestial.
Tres
Marías en su sitial
descubren,
formando coro
como
un inmenso tesoro
que
adornan el firmamento
un
sueño azul de argumento
con
marco de perlas de oro.
Versos
de Waldemar
Lagos
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