viernes, 22 de noviembre de 2024

ROMANCE DE LA VUELTA DE OBLIGADO

 I

Un jinete sampedrino

venía de los bañados

cuando Juan Pueblo mateaba

bajo los talas del rancho.

 

-Güenos días, aparcero…

-Pa’ donde rumbea, paisano?

-Dicen que vienen los gringos

por la Güelta de Obligado.

Jué pucha con los ingleses

que riniegan del pasao,

y que áura se dan coraje

con los franchutes del brazo.

-Colijo que disprecean

los pueblos americanos…

-Los mandan no sé qué reyes…

-¿Entuavía son esclavos?

-Y vienen de las Uropas,

dicen, a cevilizarnos…

-¿Y allá por Inca-la-perra

hay hombres ansí de guapos

que presumen de caudillos

en el país de los gauchos?

-Güenos días, aparcero…

-Hasta la güelta, paisano.

 

Juan Pueblo se quedó solo.

Sintió calor en las manos.

Desató su malacara

de las riendas del arado,

descolgó la lanza vieja

de las cumbreras de palo,

caló la espada mohosa,

los trabucos herrumbrados

y la daga caronera;

recogió tientos y lazos,

enroscó “las tres Marías”

en las jergas del recado,

ciño chambergo de burro,

visitió su poncho pampeano,

calzó las botas de potro

con delantal aflecado,

cubrió de cualquier manera

las mataduras del zaino

y ajustó sobre la cincha

los estribos de venado.

 

Después soltó la perrada,

besó los gurises flacos,

monto, le sirvió la china

con el adiós, un amargo,

y callada, simplemente,

tomó la senda del bajo.

 

Y más allá del recodo

-cavilando, cavilando-

filtró palabras calientes

la pelambre de los labios:

 

-Dicen que vienen los gringos

por la Güelta de Obligado…

 2

 La mañana de noviembre

bajaba de los poblados.

 

Noventa bocas de fuego

venían desde el estuario,

y eran cuatro baterías

contra buques artillados

en un heroico suicidio:

“Rosas” y “Brown” en los altos,

“Mansilla” sobre las playas

y “Manuelita”  de flanco.

Y como fieros vigías

y a manera de centauros

-centinelas de la Patria-

los jinetes colorados:

rastra, camisa, pañuelo,

gorro de manga ladeado,

mientras pintaba la escena

con azules y con blancos

el morrión de los Patricios

de los airosos penachos.

Al tiro de tres cadenas

el buque “Republicano”,

y unas cuantas formaciones

de milicos desarmados.

 

Noventa bocas de fuego

venían desde el estuario:

flameaban entre las drizas

los gallardetes robados.

 

Una voz rompió la niebla:

-¡Allí los tenéis, miradlos!

¡Recoged el desafío

de los herejes corsarios!

¡No dejéis que nos arríen

la bandera de Belgrano!

sin otra ley que la fuerza

de cañones y de barcos!

¡Que no pasen, compatriotas,

antes muertos que vasallos!

 

Y los aires repetían:

-¡Oíd el grito sagrado!

 

Noventa bocas de fuego

y el río quedó sin pájaros.

La lluvia de las granadas

-un huracán desatado-

taló sementeras, montes,

sauces, colinas sembrados.

 

Ceibos de lágrimas rojas

se desfloraban en llanto.

 

Y en la tierra redimida

doscientos cincuenta bravos,

de cara contra los juncos

o de espaldas en el barro,

sacrificaron la vida

-“antes muertos que vasallos”-

sin luz, sin nombre, sin rostro,

anónimos, ignorados.

Ángeles negros batían

sus alas entre los álamos.

 3

 Y dormidos en las islas

cien marineros quedaron

hundidos como raíces

en la arena de los bancos,

o partidos en las toscas

como si fueran guijarros;

y en los taludes de greda

y en el fondo de los charcos,

sonaban aún los ecos

de los sables desgajados,

de los duelos singulares,

de los bramidos de mando:

“no pasarán, compatriotas”,

“a la carga, milicianos”,

“escuadrones, al ataque”

“antes muertos que vasallos…”

 

Y los aires repetían:

-¡Oíd el grito sagrado…!

 

La brisa litoraleña

limpió los últimos vahos

de la pólvora, del humo,

del incendio de los pastos,

del perfume de la sangre,

del sudor de los soldados.

Y cuando llegó la noche

y el río se fue llevando

como jangadas de muerte

mástiles, jarcias y paños,

arboladuras y amarras,

velámenes desgarrados,

insignias y banderines,

drizas, emblemas y trapos,

Juan Pueblo subió la loma,

se empinó sobre el caballo,

revoleó su poncho pampa

sobre la cruz del barranco,

y gritó desde la altura

con toda su voz de macho

cuatro palabras de macho

cuatro palabras hirvientes:

-¡Viva la Patria, barajo!

 

Versos de Orlando Mario Punzi