Secundino Barbosa, era mi amigo.
Cuando nací, ya estaba’e pión en casa;
y dejé de gatiar, pa’ dir priendido
de su modesto chiripá de apala.
Supe ser, de gurí, flor de cargoso!
No tenía prienda que me conformara!
Y áhi andaba “Quindín”, que’ra su apodo,
pescándome la luna en las cañadas…
Lo tengo bien patente, en el recuerdo
de la noche’el asalto de la estancia;
fortín de piedra, que melló en sus tiempos
mucho malón filoso de l’indiada.
Tata’bía acantonao, pa’ defenderse,
su personal de crédito en las casas;
y mama, como encinta de la muerte,
pasiaba un delantal preñao en balas!
Yo dentré a tener miedo; pero en esas,
al rejucilo anaranjao di un arma,
lo vi a “Quindín” Barbosa, hecho una fiera!
meta trabuco al lao de mi ventana!
Y el miedo se me jué; m’entró sueñera,
y al bárbaro arrorró de las descargas,
clavé el pico, y soñé la noche entera
que aquel gaucho, era’l Ángel de la Guardia…
Pasó lerdiando el tiempo; que’s el modo
que tiene de pasar por la campaña;
y en mi amigo, hallé un máistro que gustoso
me diba rasquetiando l’inorancia.
M’enseñó a hacer trencitas y retobos,
y enriedos en los tientos y las pláticas,
me dió el secreto y la virtud del criollo,
que es ser juerte, y sobao: como las guascas.
…y era de comedido y bondadoso!
De recorrer el campo, siempre tráiba
“pa’l patroncito”, un aperiá, o un zorro,
o algún pichón de tero, o de calandria.
Nunca más viá olvidar la tarde aquella
cuando él jué a rasquetiar la caballada,
y yo, atao al tilín de sus espuelas,
me arrimé a pirinchar cómo lidiaba.
Enllenó un imbornal, pa’l “doradiyo”,
que’ra un diablo importao, orgullo’e tata;
idioso el condenao! y decidido
pa’ distribuir los dientes y las patas!
Ni me le había arrimao, cuando vi el brillo
de sus ojos salvajes! Odio en llamas,
me abrasó la clinera; los colmillos
rajaron como un trapo la distancia!
…sentí un derrumbe, y me asombró el padrillo
pataliando en el suelo entre boquiadas,
mientras el puño alzao de Secundino,
era un ñudo en la lonja de la guacha!
…y áhi tiene ¿ve?
Por eso
jué el despido;
el puro había costao su güena plata,
y el hombre, no explicó lo sucedido
porque quedaba mal que lo explicara.
Salió del escritorio, como ido…
Ya estaba palenquiao su malacara
y se puso a ensillarlo dispacito;
como quién gusta revisar las garras…
Dispués, armó un cigarro; en rudo mimo
me palmió la cabeza; la mirada
se l’enllenó de estrellas… Dió un suspiro,
y se secó la frente con la manga…
Ganao por apuro repentino,
hizo caracoliar el malacara
y agarró por la güeya al trotecito…
Yo ricién compriendí lo que pasaba,
y no sabía que hacer; era tan chico!
La pena, me hizo un ñudo en la garganta
que redepente desaté en un grito;
el sol, voltió a mi lao la sombra’e tata:
“Se va, tatita!
¡Se me va el amigo!
…quién va’pescar mi luna en las
cañadas!
Cuando el viento cerrero traiga
arisco
sus tropillas de miedo hasta mi
almuhada,
y desfleque’l chilcal los
alaridos
del lobizón, y tiemble la
perrada,
no va’estar el trabuco’e Secundino
como un sol de coraje en mi
ventana.
Jué pa’ salvarme que mató al
padrillo!
me jué a morder, y él le abajó la
guacha!
…Como él dijo dispués: <Estaba escrito…>
Me lo va’echar!? ¿Al Ángel de la
Guardia…?!”
Tata era un hombre güeno; compriensivo;
le dolió aquello ¿sabe?
Sin palabras
salió hasta la portera; dio un chiflido
que la brisa’e la tarde llevó en l’anca,
y sofrenó el bagual de Secundino
con un tirón que lo sentó en las patas!
Corrió pa’ regresar! eco’e cariño
recogiendo el largor de la llamada!
“¡Mande patrón…!
-Quedate Secundino.
…El muchacho no quiere que te vayas-.
Versos de Osiris Rodríguez Castillos
(uruguayo)