viernes, 29 de noviembre de 2013

¡ GAUCHO !

I
Protagonista heroico en la batalla,
centauro montaraz bravo y despierto:
“El mejor gaucho es el paisano muerto”
pontificó la pluma de un canalla.

Sobreviviendo lanzas y metralla
él nos legó cultura a campo abierto,
desde el rancho al fortín en el desierto
sin alambrada, límite ni valla.

Padre le dio bravía la Conquista.
Madre la suave Indígena Morena.
Nació hidalgo, libérrimo y artista.

La cuerda de su acento vibró plena,
y en la cruel epopeya de su pena
tuvo La Patria su más noble arista.

II
“¡Alambren, bárbaros!”  decía
aquel que le negaba su existencia
y lo mandaba echar de su querencia
mediante juez de paz y policía.

¿Papel de propietario? Él no tenía
más título que la ancestral herencia
de la pampa que viera su vigencia
y del viento, clarín de su hidalguía.

Y vino el gringo, marido de la espiga,
con título, poderes y derecho
sobre esta tierra que se ofrece amiga.

Y fecundó los campos en barbecho,
mientras el gaucho que mató la intriga
solo sirvió para poner el pecho.

III
Yo voy a rescatarlo del olvido.
Mi corazón resiste este presente
sin su crisol moral y su valiente
alma que se perdió en un tiempo ido.

El viento que lo nombra en su alarido
y el pajonal añora su simiente
que hacen a un pueblo levantar la frente,
traicionado quizá, jamás vencido.

Él forjó lo que hoy queda de esta tierra.
Indio y castizo, poblador salvaje
y civilizador en paz y guerra.

Gaucho hermano, perfil de mi paisaje,
todavía un clamor de pampa encierra
el himno nacional de tu coraje.


Versos de Julio Jesús Villaverde

sábado, 23 de noviembre de 2013

EL DESPIDO

Secundino Barbosa, era mi amigo.
Cuando nací, ya estaba’e pión en casa;
y dejé de gatiar, pa’ dir priendido
de su modesto chiripá de apala.

Supe ser, de gurí, flor de cargoso!
No tenía prienda que me conformara!
Y áhi andaba “Quindín”, que’ra su apodo,
pescándome la luna en las cañadas…

Lo tengo bien patente, en el recuerdo
de la noche’el asalto de la estancia;
fortín de piedra, que melló en sus tiempos
mucho malón filoso de l’indiada.

Tata’bía acantonao, pa’ defenderse,
su personal de crédito en las casas;
y mama, como encinta de la muerte,
pasiaba un delantal preñao en balas!

Yo dentré a tener miedo; pero en esas,
al rejucilo anaranjao di un arma,
lo vi a “Quindín” Barbosa, hecho una fiera!
meta trabuco al lao de mi ventana!

Y el miedo se me jué; m’entró sueñera,
y al bárbaro arrorró de las descargas,
clavé el pico, y soñé la noche entera
que aquel gaucho, era’l Ángel de la Guardia…

Pasó lerdiando el tiempo; que’s el modo
que tiene de pasar por la campaña;
y en mi amigo, hallé un máistro que gustoso
me diba rasquetiando l’inorancia.

M’enseñó a hacer trencitas y retobos,
y enriedos en los tientos y las pláticas,
me dió el secreto y la virtud del criollo,
que es ser juerte, y sobao: como las guascas.

…y era de comedido y bondadoso!
De recorrer el campo, siempre tráiba
“pa’l patroncito”, un aperiá, o un zorro,
o algún pichón de tero, o de calandria.

Nunca más viá olvidar la tarde aquella
cuando él jué a rasquetiar la caballada,
y yo, atao al tilín de sus espuelas,
me arrimé a pirinchar cómo lidiaba.

Enllenó un imbornal, pa’l “doradiyo”,
que’ra un diablo importao, orgullo’e tata;
idioso el condenao! y decidido
pa’ distribuir los dientes y las patas!
                                                           
Ni me le había arrimao, cuando vi el brillo
de sus ojos salvajes! Odio en llamas,
me abrasó la clinera; los colmillos
rajaron como un trapo la distancia!

…sentí un derrumbe, y me asombró el padrillo
pataliando en el suelo entre boquiadas,
mientras el puño alzao de Secundino,
era un ñudo en la lonja de la guacha!

…y áhi tiene ¿ve?
                             Por eso jué el despido;
el puro había costao su güena plata,
y el hombre, no explicó lo sucedido
porque quedaba mal que lo explicara.

Salió del escritorio, como ido…
Ya estaba palenquiao su malacara
y se puso a ensillarlo dispacito;
como quién gusta revisar las garras…

Dispués, armó un cigarro; en rudo mimo
me palmió la cabeza; la mirada
se l’enllenó de estrellas… Dió un suspiro,
y se secó la frente con la manga…

Ganao por apuro repentino,
hizo caracoliar el malacara
y agarró por la güeya al trotecito…
Yo ricién compriendí lo que pasaba,

y no sabía que hacer; era tan chico!
La pena, me hizo un ñudo en la garganta
que redepente desaté en un grito;
el sol, voltió a mi lao la sombra’e tata:

“Se va, tatita!
                      ¡Se me va el amigo!
…quién va’pescar mi luna en las cañadas!
Cuando el viento cerrero traiga arisco
sus tropillas de miedo hasta mi almuhada,
y desfleque’l chilcal los alaridos
del lobizón, y tiemble la perrada,
no va’estar el trabuco’e Secundino
como un sol de coraje en mi ventana.

Jué pa’ salvarme que mató al padrillo!
me jué a morder, y él le abajó la guacha!
…Como él dijo dispués: <Estaba escrito…>
Me lo va’echar!? ¿Al Ángel de la Guardia…?!”

Tata era un hombre güeno; compriensivo;
le dolió aquello ¿sabe?
                                      Sin palabras
salió hasta la portera; dio un chiflido
que la brisa’e la tarde llevó en l’anca,
y sofrenó el bagual de Secundino
con un tirón que lo sentó en las patas!

Corrió pa’ regresar! eco’e cariño
recogiendo el largor de la llamada!

“¡Mande patrón…!
                                -Quedate Secundino.
…El muchacho no quiere que te vayas-.

Versos de Osiris Rodríguez Castillos
                            (uruguayo)

viernes, 22 de noviembre de 2013

EL REMATE

Falta el aire y sobran moscas,
este domingo de enero.

El sol fríe las chicharras…
duerme un matungo azulejo…

Algunos pollos con árganas
están de picos abiertos.

En los charquitos de sombra
hay unas guachas bebiendo.

Por los caminos calientes
pasa la siesta en su lerdo.

Ojos azules de cardos
curiosean desde lejos,
y asoman por las goteras
ojos azules de cielo…
Todo es dulce de tan pobre…!

Frente al rancho de estantéo
que anda con los cuatros codos
desilachados de tiempo,
subasta un rematador
las pilchas de un criollo viejo.

Hay muchos interesados;
son vecinos todos ellos,
muchachos que hast’hace poco,
lo llamaban: el agüelo.

Recostao en el palenque
los mira tristón el viejo:
han ido a comprar barato
cosas que no tienen precio…
Y piensa con amargura:
Ya no da criollos el tiempo…!

“-¿Qué vale este par de espuelas?”
Y las rodajas de fierro,
son como dos lagrimones
que llorasen por su dueño.
Con ellas salió a ganar,
hace ya muchos inviernos,
la novia en un bagual blanco;
la vida en un bagual negro.

Los mozos sube la oferta:
“-Doy diez, quince, veinte pesos!”,
disputan como caranchos
el corazón del agüelo.
Al escucharles, se pone
rojo de vergüenza el ceibo.

“-Son suyas las nazarenas”
dice a uno el martillero.
Le han vendido las lloronas
hoy, por desgracia! Hoy, tan luego
que en el palenque, la vida
ató su bagual más negro…
y piensa con amargura:
Ya no da criollos el tiempo…!

Sacan a la venta un poncho
donde garúan los flecos,
para mojarle los ojos
al que se lo lleve puesto.
Tiene la boca surcida
y lo gastó tanto el viento,
que al trasluz del calamaco
se ve la historia del dueño…
Guampas, chuzas y facones
lo cribaron de agujeros…
pero su filosofía
siempre le puso remiendos:
de día con un celeste;
de noche, con un lucero.
“-Yo pago por esa pilcha
toda la plata que tengo!
-Subo una onza la oferta!
-Si no hay quien de más, lo quemo!”

Entonces cái el martillo
en lo duro del silencio…
Un joven se lleva el poncho.
Y allí cerca, el gaucho viejo
está temblando de frío
en una tarde de Enero,
y piensa con amargura:
Ya no da criollos el tiempo…!

Así pierde en la bajada
lo que ganó en el repecho:
una a una, las ovejas;
pilcha por pilcha, el apero…

Quisiera salvar del lote
su mancarrón azulejo,
pa’ que lo agarre la noche
en un caballo estrellero.
No tiene más que uno… Y ése
se lo quema el Martillero!

Allí termina el remate.
Cobró su cuenta el pulpero.
Aura sí: al verlo de a pie
tan amargao, tan deshecho,
todos los rumbos arrollan
los lazos de los senderos
y son cuatro pialadores
que están esperando al viejo:
en cuanto quiera salir
lo van a dar contra el suelo!

Entonces, aquellos mozos,
se acercan a defenderlo
y el más ladino le dice
entre temblón y risueño:
“-Todos compramos sus pilchas,
pa’ salváraselas, agüelo.
Aquí tiene sus espuelas…
Aquí tiene su azulejo…”
Uno le trái en los brazos
igual que un niño, el apero
y entro le entibia las manos
con aquel poncho de flecos…
Porque sigue dando criollos,
¡muy lindos criollos, el tiempo!

Versos de Yamandú Rodríguez
                        (Uruguayo)